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El camino hacia la paz

Álvaro Uribe Vélez, expresidente de la República, dijo, como si se tratara de una catastrófica noticia, que el Gobierno Nacional estaba en Cuba adelantando diálogos con jefes de la guerrilla colombiana de las Farc.

El Espectador
26 de agosto de 2012 - 01:00 a. m.

Generó un alto revuelo político y desvió la atención del país, justo en el momento en que su exjefe de seguridad, general (r) Mauricio Santoyo, confesaba en Estados Unidos haber brindado apoyo material a los grupos paramilitares.

Pero ésta no es, ni de lejos, una mala noticia para el país. Es un paso adelante para meterle cabeza, y no sólo fuerza, al conflicto que vivimos. La guerra intestina que padecemos desde hace décadas, con sus muertos, desplazados y desaparecidos, no puede solucionarse de otra forma que negociando con los enemigos declarados del Estado. Sentándose en una mesa a discutir un acuerdo de mínimos, que por lo demás es hoy más factible gracias al impulso en seguridad que nadie le puede negar al anterior gobierno. Lo que el expresidente Uribe bien pudiera estar cobrando hoy, es que gracias a su legado se abrió el camino para que esto que hoy germina pudiera suceder.

Gracias al constante debilitamiento de la capacidad militar de la guerrilla es que ahora ella tiene una realidad distinta al frente y es más consciente de su posición en el conflicto: está mandada a recoger, y lo sabe. Por lo menos en términos militares. Pero su fin no supone sepultarlos bajo tierra, como muchos colombianos pensarían que es justo, sino encontrando la manera de que abandonen las armas y entren en un proceso de transición para reintegrarse a la sociedad. Y eso solamente se puede hacer mientras todavía exista una organización en pie.

Es entendible, claro, el escepticismo frente a la salida negociada luego de tantos fracasos. En la mente colectiva están vivos los recuerdos del proceso del Caguán, que terminó siendo una costosa burla para el país. Pero si algo dejó esa experiencia fueron enseñanzas sobre lo que se debe evitar y es apenas obvio que si el Gobierno se mueve de la forma correcta, partiendo de dichas enseñanzas, no se les “entregará el país” a quienes tanto daño le han hecho.

La paz es un derecho constitucional y un valor que la sociedad colombiana debe perseguir. Algunos no parecen entender que no se trata, exclusivamente, de cesar el fuego. Ese es, probablemente, el primer paso de un acuerdo. Después vienen los retos más grandes, esos que los gobiernos inteligentes del mundo han logrado: justicia transicional, comisiones de verdad, reparación a las víctimas y reconciliación. Incluso, al final de ese camino, una participación —con todas las precauciones del caso— en la política colombiana.

Un nuevo capítulo parece estar escribiéndose en estos momentos. Es comprensible que en un comienzo se haya procedido en medio de la privacidad y el hermetismo. Así han funcionado muchos procesos de paz exitosos en el mundo. Pero una vez se delineen los principios básicos de la negociación es importante que la ciudadanía pueda hacer un acompañamiento activo. Estamos, pues, a la espera. Pero lo que se intenta hacer, por ahora, resulta positivo.

Muchas voces habrá en contra, comenzando por la del expresidente que ve en la permanencia del conflicto la extensión de su causa política. Es alta la probabilidad, también, de que antes de llegarse al silencio de los fusiles haya un incremento de la actividad terrorista en busca de mayor capacidad de negociación. Saber entender los momentos difíciles que con seguridad vendrán con este proceso en ciernes hace parte de ese acompañamiento de la sociedad. Porque la meta es loable y la paciencia es requisito para llegar a ella.

 

Por El Espectador

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