No hay día que pase sin una noticia sobre bombardeos aéreos contra blancos escogidos de población civil; torturas; masacres con sevicia de lado y lado y asesinatos selectivos. Tan solo el miércoles anterior se contaban 30 civiles fallecidos en una gasolinera en las afueras de Damasco. De esta manera lo peor de la guerra continúa cebándose contra indefensos ciudadanos, a pesar del clamor internacional por un acuerdo inmediato que ponga fin al conflicto.
Pero ahí radica el principal problema. Para encontrar una solución negociada es necesario contar con la voluntad de las partes involucradas. Y esta no se ve por ningún lado. El gobierno dictatorial, que cuenta con un ejército pertrechado con las más modernas armas de combate, que ha usado sin el más mínimo remordimiento ni medida, abre la puerta al enviado especial de la ONU pero sin ningún deseo de transar. Es evidente que con el paso del tiempo hay un desgaste para la cúpula gobernante. De hecho algunos funcionarios de alto nivel, así como un buen número de generales y coroneles, han preferido el camino del exilio. Muchos de estos últimos se han sumado a los alzados en armas. Por ahora, y a pesar de que la balanza se inclina por momentos hacia sus enemigos en el control de algunas ciudades importantes, los leales al régimen no parecen sentir perdida la guerra.
Del lado de la oposición la situación es crítica. A pesar de que han venido ganando terreno y puesto en jaque al ejército en varios lugares del país, no cuentan ni con la organización ni con la capacidad bélica suficiente. Sus fuerzas están conformadas por una variopinta red de organizaciones opositoras que van desde grupos de izquierda hasta combatientes que representan los intereses terroristas de Al Qaeda. Ese es uno de los aspectos más complejos de la situación actual. Cuando señalan al gobierno por los desmanes cometidos contra los derechos humanos, del lado contrario también se denuncian atrocidades cometidas por los milicianos rebeldes.
De momento lo que define la superioridad de El Asad es la fuerza aérea. Pero los combatientes de la oposición abrieron hace un tiempo el frente de Damasco y hoy buscan, al igual que en Libia, hacerle quiebre al gobierno. Brahimi, en nombre de la ONU, dijo en Moscú que solo ve dos posibilidades: “Si la única opción es realmente un infierno o un proceso político, tenemos que trabajar sin descanso por el proceso, que es muy difícil y complicado”. Infortunadamente en esta coyuntura el veto permanente de China y Rusia a una actuación más directa de Naciones Unidas presagia un desbalance hacia la primera de las opciones.
Para agravar aún más la situación se calculan entre dos y cuatro millones de personas los refugiados que han llegado a los países vecinos, en especial a Turquía. Y si la situación en Damasco continúa deteriorándose, podría darse un éxodo de un millón de personas que buscarían huir hacia Jordania o Líbano, países que no cuentan con la infraestructura suficiente para albergarlos. En temporada invernal y con problemas de suministro de alimentos y de atención de salud, el tema podría convertirse pronto en una crisis humanitaria de mayores proporciones.
La caótica situación no deja más alternativa que un urgente acuerdo directo entre las partes o una inmediata actuación de la ONU que sea concertada multilateralmente.