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El Estado de Palestina

La Autoridad Nacional Palestina (ANP) se jugó una carta fuerte que obtuvo el primer resultado esperado: el Estado palestino adquirió, por abrumadora mayoría, la condición de “observador” ante la ONU. Pero este triunfo diplomático abre de momento una caja de Pandora de consecuencias inciertas en lo político.

El Espectador
30 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

¿Cuál es el Estado de Palestina en este momento? En primera instancia se reconoce el justo derecho de la ANP a tener un mayor reconocimiento para el Estado palestino que se espera legitimar ante toda la comunidad internacional. Sin embargo, y en términos prácticos, aquí aparece el primer escollo. La posibilidad de que sea reconocido como miembro de pleno derecho en la ONU, más allá de su condición de observador, pasa por el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos vetará cualquier petición en ese sentido. Su posición es radical: mientras no haya un acuerdo definitivo de paz entre israelíes y palestinos, no van a dar su brazo a torcer.

De ahí se desprende el segundo problema. El territorio actual de Palestina se encuentra dividido en dos partes, “enclavado” junto a Israel y dentro de áreas que son reclamadas por la ANP sobre la base de resoluciones de la ONU que así lo certifican. Pero algo va del dicho al hecho. Y la realidad política ha demostrado hasta ahora que mientras Jerusalén no ceda en su posición vertical, respaldada por Washington, de negociar tierra a cambio de seguridad, para llegar a la paz, las cosas no van a cambiar. Y, por el contrario, actuaciones como la reciente ante Naciones Unidas generaron como respuesta la construcción de 3.000 viviendas más para colonos israelíes en territorios que por derecho les corresponden a los palestinos.

En este juego de ajedrez que se lleva a cabo desde 1948, cuando se creó el Estado de Israel a instancias de la ONU, y que ha conducido a varias guerras y la ocupación ilegal y el bloqueo de Gaza por parte del ejército de Israel, se han venido radicalizando las posiciones de forma tan contundente que todo pareciera indicar que cada una de las partes mueve sus fichas para obtener un resultado contrario al esperado. De momento, la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz parece cada vez más lejana, debido a las tensiones generadas entre el gobierno derechista de Netanyahu y los fundamentalistas de Hamás. Lo que se evidencia más bien, luego de que la Primavera Árabe llevara a los Hermanos Musulmanes a gobernar en Egipto, es una mayor radicalización de lado y lado. El enfrentamiento de unos días atrás, con intercambio de misiles y ataques aéreos, que generó un alto número de civiles muertos en Gaza, muchos de ellos niños, así como ataques terroristas en territorio israelí, demuestra que la situación se mantiene en tablas.

Así las cosas, el paso adelante logrado en Naciones Unidas puede significar a su vez dos pasos atrás en las negociaciones. Ambas partes tienen argumentos válidos a su favor. Ambas piden que se garantice su seguridad y estabilidad dentro de fronteras legítimas. Pero ni la actitud beligerante y provocadora del actual gobierno israelí, ni el fundamentalismo de Hamás, que se ha impuesto en Gaza con el apoyo de Irán, permiten pensar en una fórmula de solución viable, al menos en el corto plazo.

Colombia, como lo hizo en 1947 cuando se llevó el tema de la partición de Palestina al recién creado organismo mundial, se inclinó por la abstención bajo la sabia guía del presidente Alfonso López Pumarejo. Entonces dijo que sin un acuerdo cierto entre las partes no habría paz posible. De ahí que la abstención expresada por nuestro país unos días atrás en la ONU vaya por el mismo camino. Con toda seguridad lo deseable es que los palestinos, al igual que ayer el pueblo judío, tengan su anhelado Estado. De eso no hay duda. Lo grave entonces es precipitar la creación y el reconocimiento de un Estado sin que se den la condiciones para ello, agudizando cada vez más la violencia en vez de darla por terminada.

Por El Espectador

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