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Para el fin de año

No hay duda de que este año fuimos testigos de muchas noticias.

El Espectador
30 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

Toda una cadena de hechos seguidos que sería inoficioso —o imposible— enumerar acá. Muchas cosas: en el deporte y en lo judicial, en la política nuestra y en la del plano internacional. Guerras y muertos y glorias y penas. De todo. Y el que se viene, por lo menos para el país, también va a tener unos tintes muy similares. Mucho es lo que se define en el otro año y valdría la pena pronunciarse, ahora sí, al respecto.

Desde la elección presidencial y del Congreso, que los ciudadanos deben tomarse en serio, mucho más allá de las coyunturas particulares y de los liderazgos que se perfilan, hasta cosas como las reformas, que ojalá puedan aprobarse, ajenas, eso sí, a los intereses muy particulares de cada quien (por eso, en últimas, es que se han hundido casi todas): la de la salud, la de la justicia, tan necesarias para esta ciudadanía.

Está, por supuesto, la continuidad de un proceso de paz que, aunque lento, podría ser la conclusión de cinco décadas de balas y de muertos de lado y lado. Es un año en que la reconciliación y el perdón (aunque también la justicia y la verdad, por supuesto) deben primar. Los colombianos deben entender que si todo sale bien en la conciliación final y en el acuerdo, es la hora de pasar la página y continuar con otro país, uno que no tenga ese dolor de cabeza que ha sido la guerra contra las Farc.

Y está, por supuesto, lo político y electoral que adorna ese proceso, y que lo contamina: esas ganas de todos los candidatos de usarlo como fortín político. Lo hemos dicho, una institución tan firme y tan apoyada como el proceso de paz, debe sobrevivir a un cambio de gobierno y debe ser, más que una bandera partidaria, una política de Estado. La paz, al fin y al cabo, es un derecho y un deber de obligatorio cumplimento. Vamos a ver si ese anhelo colectivo se puede.

Tendremos un año en el que el Congreso volverá a tener el protagonismo de antes: ojalá los líderes que vuelven (nos anticipamos un poco, aunque es lo más probable) le den la altura al debate, le impriman el carácter para el que fue creado: un foro democrático de discusiones razonables. Cansados ya estamos, como nos quejamos desde este espacio varias veces, de que el Congreso se convirtiera en un apéndice del gobierno de turno. Esta vez, esperamos, no será así. Lástima que para ello tuviéramos que traer a políticos de amplio recorrido, demostrando de forma indiscutible la poca renovación en el frente que hay en Colombia.

Es hora de que esa indignación social —que se siente, que vivimos en los paros, que experimentamos en distintas protestas durante todo el año— se materialice en una opción política distinta. O, al menos, en una votación colectiva que demuestre la inconformidad. Que no se vuelva apatía y mucho menos derive en violencias como las que el país busca superar.

Ejemplos podemos tomar, por supuesto, y mejor, de otras esferas que están por fuera del espectro político: de escritores como Álvaro Mutis, una pluma impecable, que dio a Colombia una literatura universal, o de periodistas abnegados y legendarios, que buscaban la verdad y una sociedad más decente para este país, como lo hizo durante toda su vida don José Salgar. O de quienes, como José Pékerman, un director de fútbol, enseñaron este año que la unión, la sensatez, el realismo no extremista y la valorización del trabajo serio pueden traer el éxito. “Los colombianos, trabajando juntos, pueden lograr grandes cosas”, se le oyó decir. Si pudiéramos extrapolar eso a todos los escenarios...

Nos gustaría para el próximo año tener un país menos dividido, menos polarizado, y eso empieza por los líderes nuestros. Que dejen de una vez el egoísmo, que entiendan que el futuro de la patria no es un juego de salón ni una defensa de pequeños y mezquinos intereses. Ellos, más que nadie, tienen que dar el ejemplo. Ojalá así sea.

Por El Espectador

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