El inútil facilismo de prohibir

La prohibición suele ser la medida más facilista y, valga decirlo, inefectiva en las situaciones donde no está la voluntad de buscar soluciones complejas a los retos que se presentan. La idea de prohibir el uso de teléfonos inteligentes a menores de 14 años es otra muestra de un país que opta por las medidas más radicales cuando se enfrenta a obstáculos que piden pensar fuera de las soluciones habituales.

El Espectador
22 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

La discusión fue iniciada por Cristina Plazas, directora general del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), quien propuso que los menores de 14 años no deben tener celulares inteligentes. A través de su cuenta de Twitter, Plazas dijo: “El ICBF recomienda a los papás y a las mamás no regalar celulares inteligentes a los niños menores de 14 años. ¡Son muchos los riesgos!”. También argumentó que es responsabilidad de los padres de familia “actualizarse para hacer un acompañamiento efectivo de sus hijos en el uso de las redes sociales”.

No demoraron las voces de expertos en psicología infantil y redes de padres de familia en salir a aprobar la prohibición. Las preocupaciones son entendibles. Según el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Mintic), a través de su estudio Uso y apropiación de las TIC en Colombia, el 77 % de los adolescentes entre los 12 y 17 años tienen un teléfono propio con plan de voz y de datos y el 66 % de los adultos no saben qué sitios visitan los menores. Esto, en un mundo donde internet es utilizado por redes de pornografía y prostitución infantil, así como por otras personas para matonear y acosar a los menores, genera justa angustia.

Sin embargo, la prohibición no es la respuesta. Primero porque es inútil. Hoy es difícil creer que un menor sin un celular inteligente no va a tener puntos de acceso a la red. ¿No es mejor que sus primeros contactos con el mundo de la internet sean en un ambiente seguro y controlado, con la orientación cercana de sus padres? Ya tenemos suficientes experiencias en temas análogos en que la táctica de prohibir sólo despierta la curiosidad y obliga a buscar lo proscrito en ambientes hostiles y, esos sí, peligrosos.

Segundo, porque este problema complejo requiere de soluciones mucho más integrales. Es inaceptable que en el mundo moderno haya todavía un buen número de padres que miran con recelo la tecnología. Es su labor, como bien lo dijo Plazas, actualizarse e iniciar una conversación con sus hijos sobre la mejor manera de utilizar los instrumentos electrónicos. Además, hay un montón de herramientas de control parental que limitan el contenido al que pueden acceder los menores de edad. Los padres deberían conocerlos y utilizarlos. Ante los peligros, la sinceridad, la transparencia y las conversaciones abiertas, que además fomenten la confianza en los menores, son la mejor solución.

Tercero, porque privar a los menores de acceso temprano a la tecnología es limitarles sus posibilidades. No sólo porque el mundo va a requerir cada vez más habilidades con la tecnología (hay niños que desde muy temprana edad aprenden a programar), sino porque en internet está el conocimiento. La tecnología puede ser un aliado para la crianza, no un enemigo.

Por eso, la invitación es a que todos los padres se tomen en serio la tecnología como una responsabilidad con sus hijos, pero no acudan al facilismo de la prohibición.

 

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar