El silencio cómplice en Cúcuta y toda Colombia

El Espectador
09 de marzo de 2018 - 04:00 a. m.
¿Cómo es posible que el país haya llegado a tal nivel de degradación política que el alcalde de una de las ciudades más importantes no se sonroje al confesarse amigo de alguien a quien la Corte Suprema de Justicia (CSJ) condenó por asesinato? / Agencia Anadolu
¿Cómo es posible que el país haya llegado a tal nivel de degradación política que el alcalde de una de las ciudades más importantes no se sonroje al confesarse amigo de alguien a quien la Corte Suprema de Justicia (CSJ) condenó por asesinato? / Agencia Anadolu

En medio de los ataques ocurridos en Cúcuta por la presencia de Gustavo Petro, el alcalde de esa ciudad, César Rojas, ha demostrado el problema que surge cuando los mandatarios llegan al poder apalancados por alianzas de dudosa legalidad. En entrevista con RCN Radio, Rojas soltó una perla que bien podría resumir la relación que muchos colombianos tienen con la política. “Yo no niego que soy amigo de Ramiro Suárez Corzo”, dijo, refiriéndose al exalcalde de Cúcuta condenado a 27 años de cárcel por su participación en el homicidio de un abogado. “Pero”, agregó, “el malo de la película no puede ser un condenado”.

¿Cómo es posible que el país haya llegado a tal nivel de degradación política que el alcalde de una de las ciudades más importantes no se sonroje al confesarse amigo de alguien a quien la Corte Suprema de Justicia (CSJ) condenó por asesinato? Y, más aún, ¿cómo se atreve a defenderlo, diciendo que no puede ser “el malo de la película”? Como bien le contestó Yolanda Ruiz, quien lo entrevistaba, “si está condenado es porque sí es uno de los malos de la película”.

Por supuesto, todo es en medio del show mediático armado por Rojas y sus asesores al verse expuestos por su inacción en el caso Petro. Primero, el ministro del Interior, Guillermo Rivera, dijo que el alcalde de Cúcuta no había querido contestarle el teléfono. Como respuesta, Rojas dijo que no tenía el número del ministro. Sería cómico, si no fuese trágico, ver un cargo tan importante ejercido con tal desdén por las autoridades nacionales.

Después vino el atentado contra el candidato a la Presidencia y surgieron las preguntas: ¿hizo la Alcaldía lo necesario para garantizar la seguridad de Petro, como era su deber? Ahí es donde entra la figura de Suárez Corzo en acción, pues varias fuentes le confirmaron a La Silla Vacía que el exalcalde coordinó desde la cárcel el saboteo del evento de campaña. ¿Respondía Rojas a órdenes de su amigo?

El actual alcalde de Cúcuta hizo campaña para llegar a esa posición diciendo abiertamente que era el candidato de Suárez Corzo. Es un cálculo político entendible: como ha reportado La Silla Vacía, el condenado exalcalde tiene “injerencia directa en la contratación del municipio y a gente de su cuerda en la mitad del gabinete; también ha influido en la inversión de la plata para entregarles contratos a sus líderes o entregar los beneficios de programas sociales de la Alcaldía”.

Pero, aunque sea rentable recibir ese apoyo, no deja de ser reprochable. ¿Ese es el mensaje que quieren dar los líderes del país? ¿Que no importan los crímenes si se pueden poner muchos votos? ¿Que las alianzas con la ilegalidad son irrelevantes, aceptables, necesarias? Invitamos a todos los políticos nacionales y locales que quieran obtener votos en Cúcuta y Norte de Santander a que rechacen públicamente a Suárez Corzo. Su silencio es otra forma de complicidad.

Este caso no es único. En todo el país abundan los candidatos que buscan aprovechar caudales políticos construidos con alianzas ilícitas. Son muchos los césar rojas que no ven problemas en ser amigos de quienes han deshonrado la función pública y tratado sus ciudades y departamentos como su propiedad, donde la ley se supedita a sus intereses personales. ¿No podemos exigir más a quienes quieren administrar las entidades territoriales? Nos rehusamos a creer que esta es la realidad política inmodificable.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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