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El último liberal

La muerte le llegó a Otto Morales Benítez el sábado pasado en medio de la tranquilidad: poco a poco, de manera pausada, su vida se le fue acabando sin sufrimientos.

El Espectador
26 de mayo de 2015 - 03:14 a. m.

Una vida grande, una vida bien vivida. Sin ir muy lejos en los detalles, se trató de un testigo atento de su tiempo: casi un siglo de historia nacional que le cabía en la cabeza. A eso pueden referirse, con mucha más profundidad, sus hijos, sus alumnos, sus colegas abogados, sus amigos que dirigieron los destinos de este país desde la Casa de Nariño.
 
Se trataba, en resumen, de un colaborador (de un promotor) de cualquier causa decente que hubiera sobre el camino: lo hizo, de forma silenciosa (cosa que lo hace aun más digno de admiración), desde un despacho de abogados, sí, pero también desde las bambalinas traseras de quienes ostentaron el poder ejecutivo de este país.
 
Contribuyó al periodismo, por ejemplo: fue director del suplemento literario de El Colombiano, donde brilló su indiscutible talante liberal e hizo lo posible, lo que estaba a su alcance, para que el debate cultural superara en ciertas ocasiones los antagonismos políticos, cosa que, en un país que parece polarizado desde siempre, luce bastante difícil de conseguir. Muchos años luego, ayudó a esta casa editorial, en épocas  de la censura oficial y el cierre, a trazar, en conjunto con Gabriel y Guillermo Cano, las rutas más adecuadas para la convivencia pacífica.
 
Estuvo, también, su rol como docente, que lo llevó a los más altos honores que este oficio puede ofrecer: era profesor honoris causa de la Universidad Mayor de San Marcos, de Lima, socio honorario de la Asociación Mexicana de Protección de la Naturaleza, miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, también de la de Historia, de la de Jurisprudencia...
 
Como hombre público (digamos, al servicio del público) fue congresista y diputado por Caldas, su tierra, y luego se radicó en la capital para ser secretario de Alberto Lleras Camargo, quien asumió las riendas del liberalismo cuando la dictadura de Rojas Pinilla. También integró la Comisión Investigadora de las Causas de la Violencia, un primer esfuerzo académico para entender por qué nos matamos los unos a los otros. Fue ministro de Trabajo, de Agricultura: discutió por los derechos laborales, por la reforma agraria. La acción de un hombre que no esperó un resultado exitoso: alguien que lo intentó con suficiente honestidad como para quedar en la historia.
 
A él se le atribuye la famosa frase —que ha sido una realidad entonces, y aún ahora— de “los enemigos de la paz agazapados dentro y fuera del Gobierno”, resultado de esa honestidad que tuvo cuando renunció a su valiente papel como comisionado de Paz: “su confianza en las instituciones no podía reñir con sus convicciones políticas”, escribió Jorge Cardona en las páginas de este diario el día de ayer.
 
Falta espacio, sin embargo, para darle las gracias a Morales Benítez: es indudable que esa obra que se dedicó a escribir con juicio, de una forma profesional en sus textos, donde se destaca, sobre todo, el humanismo social, el entendimiento de lo que acá pasa, será un legado que habrá que revisitar de forma frecuente. Paz en la tumba de un admirable liberal. Tal vez el último.
 
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
 

Por El Espectador

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