Emmanuel Macron y el neoliberalismo confiado

El Espectador
19 de junio de 2017 - 08:37 p. m.
Si Macron fracasa o termina convertido en más de lo mismo, no será difícil ver a Le Pen y compañía reencaucharse. / Foto: AFP
Si Macron fracasa o termina convertido en más de lo mismo, no será difícil ver a Le Pen y compañía reencaucharse. / Foto: AFP

Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, tiene mucho para celebrar. Además de haberse convertido en un símbolo de la resistencia liberal en el mundo por haber derrotado a la ultranacionalista Marine Le Pen para llegar la Presidencia, el domingo pasado un partido político creado por él y conformado mayoritariamente por rostros ajenos a la política tradicional francesa obtuvo una abrumadora mayoría en el Parlamento de su país. Sin embargo, si no aprende de la historia reciente de Occidente, sus prometidas reformas pueden acentuar el contexto en el que el populismo antidemocrático ha logrado crecer.

Hace 18 meses, La République En Marche no existía. Luego se convirtió en un movimiento que llevó a Macron a la Presidencia y evolucionó una vez más para presentarse como partido político en las elecciones parlamentarias. Ahora ocupa 308 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional de Francia. Según reporta BBC Mundo, es probable que Macron además cuente con el apoyo de los 42 diputados de sus aliados del Movimiento Democrático, es decir, que desde 1968, cuando el jefe de Estado era Charles de Gaulle, no se había visto un presidente con tanto poder.

Hay varias formas de leer lo anterior. Una, sin duda acertada, es que hay un rechazo del electorado a los partidos políticos tradicionales. Tanto los socialistas como los derechistas fueron derrotados por un partido que se autoproclamó de centro y que agrupó a personas apolíticas. Es una tendencia que hemos visto en varias partes del mundo, sólo que suele favorecer a los populistas ante la ceguera de los partidos tradicionales y su incapacidad de adaptarse.

Sin embargo, hay síntomas que deberían invitar a la cautela. La abstención en las elecciones parlamentarias francesas llegó a un alto histórico de 57 %, algo inusual en un país muy involucrado con sus elecciones. Si bien Macron llega con un mandato, no es uno contundente.

Eso es muy importante porque, una vez diluida (momentáneamente) la neblina ocasionada por el radicalismo de Le Pen, Macron ha quedado en evidencia como un político de ideas muy cercanas al mismo estilo de gobierno que tiene al mundo en crisis.

Las reformas propuestas por el nuevo presidente le apuestan a fomentar la empresa privada, desmantelar ciertas protecciones laborales y, en general, confiar en las fuerzas del mercado. Es la evolución del neoliberalismo, donde no se cae en los excesos trumpianos de negar el cambio climático o estancar el desarrollo científico, pero se sigue confiando en soluciones que han creado una brecha de desigualdad de ingresos que a su vez crea caldos de cultivo para el crecimiento del populismo.

Entonces, si Macron fracasa o termina convertido en más de lo mismo, sólo que con un rostro joven, no será difícil ver a Le Pen y compañía reencaucharse insistiendo en que el liberalismo está mandado a recoger. Sería lamentable.

Hay evidencias para apoyar la idea de que el crecimiento del populismo se debe al miedo que produce un mundo cada vez más desigual y lleno de incertidumbre. Ante eso, las políticas de austeridad, además de tener cuestionables réditos financieros, le dan una máscara fría al Estado. Y ni hablar del neoliberalismo salvaje con su capacidad de alienar a fragmentos enteros de la población.

Las personas vienen rechazando a los políticos tradicionales porque están cansadas de esa situación. No se trata, por supuesto, de rechazar lo que sí funciona y sigue funcionando, así no sea popular. Pero sí es necesario que los Estados sean más humanos en su manera de gobernar y de tomar decisiones. Francia es un laboratorio para ver si el liberalismo estará a la altura de este reto histórico.

 

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