Fabián Vargas y la sed de revancha

No dejan de ser extrañas las voces que critican a la Policía y a la Fiscalía por el hecho de que Vargas esté libre, pues no había motivos jurídicos para mantenerlo encerrado. Ahora, el ente acusador dice que imputará el delito de violencia psicológica en funcionario público. Tiene sentido, pero tampoco satisfará las ansias de venganza saber que la pena está lejos de ser la de la tentativa de homicidio.

El Espectador
04 de mayo de 2016 - 09:00 p. m.
La sed de revancha no puede estar por encima de las leyes.
La sed de revancha no puede estar por encima de las leyes.

No deja de ser frustrante que cada vez que se presenta en el país algún tipo de manifestación en las calles, el actuar de unos pocos vándalos termine manchando el debate público y Colombia no salga del necesario rechazo, que ya suena a lugar común, de que la vía pública es de todos y debería cuidarse. Pero lo que ocurrió en Bogotá el domingo pasado al final de las manifestaciones por el Día de los Trabajadores también es una oportunidad para cuestionar la función revanchista que los colombianos le asignan al sistema penal.

Las imágenes fueron indignantes, con justa causa. Una persona encapuchada, que ahora sabemos se llama Fabián Vargas, le apuntó y disparó a un grupo de miembros del ESMAD que intentaban mantener el orden de la protesta. De inmediato, los reclamos de los marchantes se vieron silenciados por el horrible video de los hechos, que era un ejemplo más de esa violencia que parece insuperable en el país. Y había motivos.

No sobra decirlo: cualquier violencia contra los servidores públicos —y, en general, contra cualquier persona— es inaceptable y debe ser repudiada con vehemencia. El país ya ha visto a demasiados colombianos disparándoles a otros colombianos.

Dicho lo anterior, lo que ha ocurrido después de que Vargas se entregó a la Policía también es una muestra de un país demasiado concentrado en la venganza. Aun cuando la Fiscalía había prometido imputar el delito de tentativa de homicidio, cuando Vargas se entregó supimos un hecho que cambió todo el panorama, por lo menos en el aspecto jurídico: el arma era de fogueo, lo que significa que los policías no estuvieron en un riesgo real. El actuar fue absolutamente irresponsable, por supuesto. ¿Se imaginan que alguien, con motivos suficientes, hubiese visto al hombre armado y le hubiese disparado, en ese caso sí con un arma real? Ni hablar.

Pero no dejan de ser extrañas las voces que critican a la Policía y a la Fiscalía por el hecho de que Vargas esté libre, pues no había motivos jurídicos para mantenerlo encerrado. Ahora, el ente acusador dice que imputará el delito de violencia psicológica en funcionario público. Tiene sentido, pero tampoco satisfará las ansias de venganza saber que la pena está lejos de ser la de la tentativa de homicidio.

¿Qué dice de nosotros ver que, ante hechos de violencia, nos sentimos frustrados por las normas típicas del Estado de derecho? ¿Este es el mismo país que se prepara para un posconflicto con personas que han cometido crímenes atroces? Una sociedad triunfa cuando entiende que sus leyes, en especial su sistema penal, no puede estar supeditado a la emocionalidad de la coyuntura. Las reglas están para cumplirlas.

No extrañaría, tampoco, que ahora alguien salga a proponer penas más severas para las personas que cometan actos similares. ¿Por qué perdura esa esperanza en las cárceles, que están colapsadas, como solución a todo lo que sucede y nos incomoda?

Está muy bien que nos indignemos con el vandalismo que termina golpeando la protesta pacífica, pero la respuesta vengativa o de linchamiento no soluciona nada. Por el contrario, anima a más violencia.

 

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