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La visita que el sábado pasado inició el papa Francisco a Cuba, y que concluirá en Estados Unidos, está cargada de simbolismo. La misa campal en La Habana y la que hará en Washington demuestran hasta dónde las cosas han cambiado en la región en lo que va corrido del año. Su mensaje hacia Colombia, justamente desde la ciudad donde se llevan a cabo las negociaciones de paz, no puede ser más acertado: “no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso en este camino de paz y reconciliación”.
En esta primera parada de su actual periplo, Francisco ha actuado como corresponde: con gran prudencia, pero sin abandonar los propósitos de su visita. Cada palabra que diga, tanto en las homilías, los discursos formales, como en actividades con jóvenes o con otras personas con las que se pueda reunir, va a ser medida al milímetro. El hecho de no haber mencionado a la oposición o al exilio cubano durante la Misa en la Plaza de la Revolución, flanqueado por la escultura en homenaje a José Martí y a su compatriota Ernesto Che Guevara, no implica que en privado no haya tratado el tema con las autoridades cubanas. En sus palabras de saludo al arribar mencionó, citando a Martí, que la cultura del “diálogo y el encuentro” debe imponerse “sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos”. ¿Te lo digo, Raúl, para que lo entiendas con Fidel?
Lo cierto es que el papa Francisco sigue sorprendiendo con su mensaje progresista; con una visión moderna y más acorde con las necesidades de un mundo que ha cambiado a pasos agigantados mientras que la Iglesia católica se quedó en un discurso retardatario y conservador que estaba mandado a recoger. Esta apertura dirigida hacia los más pobres, hacia aquellos que sufren dolor, segregación o persecución, hacia quienes han sido objeto de abuso por parte de sacerdotes pederastas o vejadores, hacia quienes han sido discriminados por sus preferencias sexuales, hacia la defensa del medio ambiente, es decir, con un mensaje nuevo de tolerancia y respeto hacia el otro, le ha ganado a Jorge Mario Bergoglio un respeto y una admiración que compartimos. Esa es la actitud que se espera del pastor de una grey que se extiende por todo el mundo. Habrá, como siempre, personas retrógradas dentro y fuera del catolicismo que con su visión conservadora se resistan a los vientos de cambio. Es inevitable.
Así las cosas, no es de extrañar que, gracias a la acción de la diplomacia vaticana, y en especial a las gestiones tras bambalinas del papa, el acercamiento entre La Habana y Washington haya llegado a buen término. Si un año atrás se hubiera llevado a cabo este periplo, con toda seguridad se habría especulado entonces sobre la intención oculta del mismo. Sin embargo, el sigilo y la prudencia diplomática llevaron a que se fueran ajustando las cargas por el camino y las cosas se dieran cuando todo estuviera listo. De ahí que con la reciente reapertura de embajadas bilaterales el camino quede abierto para que Francisco pueda dialogar abiertamente con Raúl Castro y Barack Obama sobre temas en los cuales continuará jugando un papel importante cuando así sea requerido. La terminación del odioso embargo contra la isla, la situación de la disidencia y los opositores que siguen siendo objeto de fuerte represión por parte del régimen, así como la situación de los fieles en Cuba, son temas que tienen la mayor importancia.
Al concluir la misa, mencionó que dirigía su pensamiento a “la querida tierra de Colombia, consciente de la importancia crucial del momento presente, en el que sus hijos están buscando la paz tras tantas décadas de conflicto armado para una definitiva reconciliación. Y así la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la institucionalidad y del derecho nacional e internacional, para que la paz sea duradera”. Amén, su santidad.
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