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Intervención militar

Le han dado la vuelta al mundo las imágenes de los niños envenenados con las armas químicas usadas en Siria por, dice el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, el Gobierno de Bashar al Asad.

El Espectador
02 de septiembre de 2013 - 11:24 p. m.

Afirma Kerry con absoluta seguridad que fue el régimen quien ordenó el ataque y que fueron 1.429 las personas muertas.

Hay otros datos, sin embargo. Los servicios de espionaje francés han dicho que se trata de 281 muertos. Tragedia, sin duda, pero no de la misma magnitud ni impacto. Dicen en París que el ataque sí fue ordenado por el régimen y efectuado desde zonas donde éste tiene control. Y que hay imágenes aéreas.

Lo anterior confirma la posición del presidente francés François Hollande, partidario de la intervención militar en ese lugar del mundo. Y lo critica la oposición, claro, quien afirma que debería someter a votación la decisión: tal y como lo hizo en Inglaterra su homólogo David Cameron, quien vio frustrados sus planes ante la negativa de la Cámara de los Comunes. Votación sí habrá en Francia, finalmente, pero igual no será obligatoria.

Barack Obama, ya de este lado del mundo, ha sometido la decisión al Parlamento de Estados Unidos. ¿Por qué si no la necesita para echar sus bombas a rodar en el Oriente Medio como se le venga en gana? Seguramente que quiere curarse en salud y no ser él solo el responsable. Una mera cuestión de legitimidad. Una manera de decirle al mundo que no es de su pluma que saldrá la orden directa.

Y, también, es presumible, porque Siria no es un pequeño país que puede ser tomado en una semana por la fuerza pretendidamente imparable de Estados Unidos. No. Se trata éste de un país armado que responde ante la amenaza con bríos: “Siria se defenderá ante cualquier agresión”, dice Al Asad, sin temblor en la voz. El primer ministro Wael Nader al Halqi dijo por su parte el sábado que su ejército “está en alerta máxima y los dedos están en el gatillo para enfrentar todos los desafíos”. No hay que olvidar, tampoco, la influencia de Al Qaeda, quienes tendrían servida en bandeja de plata la oportunidad de refrescar su odio por Estados Unidos.

Entretanto, el mundo se divide. Irán, China y Rusia, que no son poca cosa dentro del espectro geopolítico, apoyan a Siria. Canadá e Inglaterra no irían. Israel, Turquía, Qatar, Arabia Saudita, entre otros, están a favor de la intervención. Mientras, por ejemplo, Irán o el Líbano están en contra. Un bombardeo significaría una división política inevitable.

Es decir, la comunidad internacional no se para firme frente a este hecho, mientras en Estados Unidos se vota finalmente para bombardear. Increíble que la decisión cuente con tan poco margen, con tan poca opinión unánime de un puñado de países que se interesan por lo que les pasa a los niños en Siria.

¿Y sí servirá el bombardeo para acabar con el régimen? Ni mirados de soslayo quedan los profundos problemas sociales que acosan a la población (la lucha entre sunitas y chiítas, el mayor de ellos). Pero bueno, las bombas primero. Eso es lo que se discute en el mundo ahora.

Sin duda, pensamos que Bashar al Asad ha caído en un extremismo sangriento que debe ser reevaluado en términos de legitimidad y derechos humanos. Y sin duda que la comunidad internacional debe pronunciarse y llegar a un consenso sobre lo que debe hacerse. A estas alturas, poco sirve pedir que se piensen las cosas con cabeza fría. Pero la militarización no luce tanto como una solución buena o duradera para los problemas de la población.

 

Por El Espectador

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