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Justicia mediática

Impresiona la forma en que ciudadanos y medios de comunicación seguimos con atención los procesos judiciales.

El Espectador
26 de junio de 2012 - 11:00 p. m.

Algunos de ellos tienen un ligero tufillo a realities, a telenovelas de alto rating, a espectáculos de medio tiempo que sirven para mantener divertida a la población mientras otras cosas pasan inadvertidas. A pesar de que para la justicia es casi inherente esta condición de taquillera (muchos sentimientos humanos se representan en sus procesos), todos debemos tener cuidado a la hora de evaluarla, de cubrirla, de analizarla.

El último caso que sirve de ejemplo es el del general (r) de la Policía Mauricio Santoyo Velasco, quien fue sujeto de una imputación de cargos por parte de un fiscal de la Corte del Distrito Este de Virginia (Estados Unidos). Esto, claro, alborotó a la opinión pública, que está a la espera de alguna información sobre el proceso para poder sentar su posición; antes, muchísimo antes, de que la justicia pueda siquiera pronunciarse. Se saben los detalles: las declaraciones que dieron en Estados Unidos Salvatore Mancuso y Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, sobre la destinación, en su momento, de altas sumas de dinero para pagar sobornos a altos oficiales de la Policía. Pero el resto es un poco conjetura, es un poco querer ir más allá de este simple hecho que la prensa, obviamente, debe cubrir.

Los límites se cruzan, por ejemplo, en el caso de Luis Andrés Colmenares, el joven estudiante que murió por causas que aún no han sido confirmadas, en el cual hay una serie de sospechas e indicios. La justicia debe encargarse, no nosotros, de hacer claridad. Un testimonio de José Wílmer Ayola envió a la cárcel, de manera preventiva, al sospechoso Carlos Cárdenas. Pero en esto hay menos de lo que pretende verse: es tan sólo una detención preventiva. Una medida de aseguramiento. Sin embargo, los medios en nuestra labor saltamos a entrevistar al nuevo testigo, a sacarle más datos, a ver en dónde se quiebra y por qué lado se puede extraer una conclusión que anticipe el trabajo de la justicia.

Los abogados de los casos son estrellas. En la mañana, al mediodía y en la tarde salen a dar declaraciones con sus corbatas satinadas y sus maletines, al mejor estilo de una película gringa. Y los casos, lentamente, se van volviendo conversaciones de pasillo, chismes a la espera de un giro que será publicitado hasta la saciedad; se crean, de un lado o del otro, posiciones ideológicas al respecto. Y la opinión va tomando partido. La justicia parece haberse vuelto, otra vez, esa práctica medieval del castigo público con el que todas las personas querían resarcir un deseo de venganza inherente a la condición humana.

Esto es grave, por decir lo menos. No es culpa entera de los medios, ni más faltaba. Las noticias judiciales son historias interesantes, no sólo por sus contenidos implícitos, sino también porque muchas de ellas requieren ser informadas: la democracia lo pide. El protagonismo de los jueces, de los abogados, de los fiscales es, sin embargo, lamentable. Muchos de ellos pretenden ganar réditos, o juicios anticipados, a través de los medios: si salen en uno, la contraparte protesta porque no le están dando protagonismo. Y viceversa.

Pero lo peor que podría pasar es que los jueces se vean afectados porque la sociedad siga los casos y espere una respuesta específica con la información mediática, que carece por su misma naturaleza del carácter probatorio que le imprime la valoración judicial. La justicia no funciona, no debe, como una democracia.

Claro que en todos cabe algo de responsabilidad. Sin embargo, a pesar de las presiones y por más humano que sea, un juez debe mantenerse inmune. No hay deseo revanchista que quepa. Y esta obviedad a veces hay que recordarla con insistencia, para que no se permeen los presupuestos básicos de la justicia.

Por El Espectador

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