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Los hijos de Atatürk y los hijos del islam

Durante sus tres mandatos consecutivos el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha duplicado el PIB per cápita, ha mejorado los indicadores de calidad de vida y escolaridad, y aunque desacelerada, ha mantenido estable la economía nacional.

El Espectador
07 de junio de 2013 - 10:06 p. m.

Con más tino que fuerza ha sorteado las pretensiones separatistas de la minoría kurda y ha sabido restarle fuerza al mando militar. En la política exterior ha conservado la tradición calculadora de la diplomacia otomana, y aunque amonestado por su acercamiento al gobierno sirio, ha impedido que el conflicto se propague a través de la frontera. Con todo, el líder político más influyente desde Mustafá Kemal Atatürk ha sido incapaz de frenar las incesantes protestas de la última semana: al menos 2.000 manifestantes han sido detenidos, cientos han resultado heridos y dos han muerto.

Los secularistas, al parecer, han aguantado suficiente, y tras la restricción a los casos permitidos de aborto, a la venta del alcohol y la reincorporación del estudio del Corán y el islam en la educación primaria, el autoritarismo del primer ministro ha generado resistencia. Lo que comenzó con un conservador uniforme impuesto a las azafatas de Turkish Airlines terminó por convertirse en una robusta política de Estado. Es ahora común que los ascensos públicos dependan menos de las capacidades de los funcionarios que de su proceder en las mezquitas y que las mujeres hayan visto mermada su ya frágil participación política y económica. El país más occidental del Medio Oriente está dejando de serlo y los más jóvenes, junto con “los así llamados periodistas, artistas y políticos”, como los calificó Erdogan, se niegan a permitirlo.

El regreso brusco y forzado al islam, sin embargo, no dista mucho de la imposición del laicismo a manos de Atatürk. Con el apoyo de las fuerzas armadas, el padre de Turquía reemplazó en 1925 la ley islámica por el código civil, al tiempo que prohibió el uso del sombrero otomano y del velo islámico. En 1928 todos los turcos entre seis y 40 años fueron obligados a regresar a la escuela para aprender el nuevo alfabeto latino que reemplazó la grafía árabe y ese mismo año abolió los antiguos planes de estudio y en su lugar instituyó un programa educativo único, laico y gratuito. En 1926 adoptó el calendario gregoriano, prohibió la poligamia e instauró el domingo como día de descanso. En 1935 declaró la secularidad del Estado y desde entonces, con dos golpes militares, uno en 1960 y otro en 1980, los oficiales kemalistas se han asegurado de que ésta permanezca.

La llegada en 2003 del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) al poder ha cambiado el panorama: cientos de los militares más liberales del mundo se encuentran en la cárcel, y cientos más han renunciado. No obstante, antes del triunfo de su partido, estos mismos oficiales, en lo que algunos llamaron “el primer golpe de Estado posmoderno”, encarcelaron a Erdogan por recitar: “Las mezquitas son nuestras barracas, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas, y la fe nuestros soldados”. Ayer, a su regreso al país, tras una corta visita diplomática a Marruecos, Erdogan dejó claro cuál será su reacción ante las manifestaciones: “Dios es grande, aplastaremos Taksim”, refiriéndose a la histórica plaza cerca de donde se desataron las primeras protestas.

Como afirmó un diplomático extranjero esta semana: “quizá lo que está en cuestión no es la lucha entre el laicismo y el secularismo, sino el enfrentamiento del pluralismo al autoritarismo”. Una afirmación de especial acierto, cuando se recuerda que Erdogan ya ha hecho públicas sus intenciones de modificar la Constitución para permanecer al mando, ha radicalizado sus posturas religiosas para seducir a los más creyentes y se ha acercado a los líderes de Irán y Sudán en busca de apoyo.

 

Por El Espectador

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