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La luz al final del túnel

Tras el abrumador triunfo del no en el referendo del domingo pasado en Grecia, que le dio un gran espaldarazo al gobierno de Alexis Tsipras, las cosas en Europa han llegado a su máximo punto de tensión: o prima la mesura y ceden ambas partes, o el abismo que se abrió terminará arrastrándolos a todos.

El Espectador
08 de julio de 2015 - 04:11 a. m.

Esta medición de fuerzas demuestra que el diálogo es la única vía para lo que se espera sea un acuerdo sobre la base de un plan de rescate que Atenas debería presentar este miércoles. En caso contrario perderían todos y el proyecto europeo quedaría seriamente golpeado.

Como lo han expresado algunos analistas, las condiciones de negociación por parte de Grecia frente a la Unión Europea no han variado a pesar del resultado del referendo. Creen que, de mantenerse la posición radical, el país está al borde de la grexit, la salida de la Eurozona, con las consecuencias que este hecho tiene para los griegos así como para el resto de la Unión. Dicen que aceptar que cada Estado europeo, que se ha comprometido con unas normas comunitarias, maneje las cosas a su antojo llevaría al caos. Consideran que el efecto del no es interno y que Tsipras debe actuar con realismo para buscar un acuerdo sobre la base de la propuesta que hizo el viernes pasado. El retiro del ministro de Economía, Varoufakis, sería un paso en dicho sentido. Sin embargo, tan sólo al conocer la propuesta formal se podrá saber qué tanto se acercarán las partes en este tire y afloje.

No se puede soslayar que dos pesos pesados de la economía mundial, como los premios nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, cerraron filas con el no en el referendo. El primero al considerar que les corresponde a los griegos decidir su propio futuro y que el sí sólo llevaba a prolongar indefinidamente la situación actual. Krugman, por su parte, consideraba que la última propuesta de la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea) se había formulado ex profeso para provocar la caída del Gobierno y poder negociar con otro primer ministro más proclive a sus dictados. También le ha restado gravedad a la grexit, sin quitarle importancia, al creer que este sería el mejor momento para dar el paso y rehacer la economía griega.

Por el contrario, la mayoría de economistas griegos en universidades fuera de su país han criticado estas posiciones de los nobeles. Como escribió Costas Meghir, de la Universidad de Yale: “El contraste (es) entre políticas populistas extremas que pretenden que la prosperidad se puede obtener sin costo ni esfuerzo y unos pensadores cuidadosos que están tratando de diseñar una salida viable para el actual embrollo griego”.

Frente a posiciones tan dispares, y con argumentos de peso de lado y lado, una solución parece tan difícil como encontrarle la cuadratura al círculo. De ahí que una vez decantadas las cosas la sensatez sea lo que se debe imponer. Todo proceso de rescate de una economía requiere que se provea una gran cantidad de dinero por parte de los acreedores para hacer reflotar y recuperar gradualmente la economía. Al mismo tiempo se deben adoptar medidas de reforma estructural que implican un alto costo social y político, que debe asumir el Gobierno de turno. Si se logra un acuerdo habrá que esperar a que parlamentos y votantes escépticos, por igual, estén dispuestos a meterse de nuevo la mano al bolsillo para recuperar lo que hasta ahora le han prestado a Grecia. Mientras Tsipras obra con cierto pragmatismo para poner orden en la casa.

Sólo resta esperar que la propuesta que presente Atenas sea realista y que la institucionalidad europea obre con la flexibilidad suficiente para evitar males mayores.

 

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Por El Espectador

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