La magnitud de la inconsciencia

En Colombia, según cifras reveladas por el sector hidrocarburos, se han vertido a las aguas, como parte del conflicto, unos cuatro millones de barriles de petróleo en los últimos 30 años.

El Espectador
05 de julio de 2015 - 10:00 p. m.

El dato nos debería estremecer. Equivale a más de diez veces el desastre ambiental del buque petrolero Exxon Valdez en las costas de Alaska, el segundo mayor en la historia de la humanidad.

Con un agravante: los confinados ríos tropicales son aún más vulnerables que el gran océano. Y otro: no es lo mismo un evento catastrófico puntual, por grave que sea, que un disturbio que aunque sea de menor intensidad se prolonga por varias décadas.

La pregunta no resuelta acerca del impacto ambiental de esta insensatez nos debe hacer reflexionar como sociedad.

Es evidente que el petróleo en los ríos, humedales y ecosistemas ribereños causa a la vista un impacto que preocupa sobremanera. Especialmente cuando hay aves o mamíferos impregnados, o mortalidad masiva de peces. Pero lo que hemos visto en el caso del río Mira indigna todavía más, cuando vemos que los más afectados son los pobladores rurales más indefensos, en sus formas de vida -recolección de fibras, conchas o peces- y en el suministro del líquido vital.

¿Que las Farc habían dado instrucciones sobre no afectar acueductos? Pamplinas. Entre otras cosas porque no es sólo atacando la infraestructura construida como se afecta el agua; resulta incluso más grave cuando son los ecosistemas que sustentan el ciclo hídrico los que reciben el golpe de la guerra. No hay palabras para expresar la indignación, que es menor a lo que debería ser, pues no está suficientemente informada y al final termina conducida más por los intereses de un efecto político que por el daño real a los ecosistemas y las poblaciones.

Más grave que el río de petróleo, y los animales y población humana sufriendo, es lo que no se alcanza a ver detrás de los ingentes esfuerzos por limpiar las aguas en lo inmediato. Algunos investigadores han esbozado lo que serían las consecuencias del daño permanente en los ríos, muchas de ellas irreversibles.

No puede aceptarse que el patrimonio nacional sea expuesto como parte de una movida táctica. Y cuando se habla de sacar a la naturaleza del conflicto, no se trata de humanizar o “ecologizar” el conflicto sino de acabar definitivamente con esa racionalidad de guerra. Porque el conflicto está dejando como legado no sólo millones de hectáreas deforestadas, sino ríos o algunos de sus afluentes muertos. ¿Cuántas décadas, si no es que siglos, deberán pasar para la recuperación de los atributos ecológicos y el bienestar humano mínimo en las cuencas de los ríos Mira y Catatumbo? Más largo que el conflicto, lo será el posconflicto en sus aspectos sociales y ambientales.

En el caso ambiental, a pesar de la esporádica indignación, la permanencia de la agresión comienza a conformar un “delito de lesa naturaleza” que, además de alejar la firma del acuerdo, no debería prescribir. De parte de las Farc se observa la ya señalada torpeza política y el más profundo desprecio sobre la frágil naturaleza de lo social y lo ambiental, que ya el papa Francisco llama inseparable. No hay palabras para expresar la indignación. Sólo la paz podría conjurarla, al menos en lo que todavía sea reversible y, claro, en detener ese daño continuo.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com

Por El Espectador

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar