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Marchas necesarias

Más allá de las diferencias de visión que nos distancian del Centro Democrático, desde este espacio siempre hemos invitado a que le aporten al país con sus críticas constructivas y sus ideas, utilizando los mecanismos institucionales a la mano. Esta marcha ha sido precisamente eso. Bienvenido ese debate razonable, que enriquece la discusión con visión de país.

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El Espectador
04 de abril de 2016 - 08:20 p. m.
La marcha convocada por el uribismo es un buen ejercicio de la democracia. / AFP
La marcha convocada por el uribismo es un buen ejercicio de la democracia. / AFP
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El sábado pasado el país vio una marcha multitudinaria que le apostó a la institucionalidad y al disenso pacífico como medio de expresión. Convocada por el Centro Democrático bajo la sombrilla de varios desacuerdos con la forma en que el gobierno de Juan Manuel Santos está dirigiendo a Colombia, no queda más que aplaudir la utilización de las vías que ofrece la democracia para expresar el inconformismo. ¿Por qué, entonces, esa reacción hostil de una porción del público, de algunos funcionarios y, no esquivamos la responsabilidad, de buena parte de los medios de comunicación?

Aunque la cifra de asistencia depende de a quién se le pregunte —la Policía habla de unos 50.000, que suena poco; los convocantes de medio millón, que suena mucho—, lo innegable es que hay un grupo poblacional que se sintió convocado a tomarse las calles por razones válidas, se esté o no de acuerdo. Más allá del número, esta fuerza no puede ni debe ser ignorada en los planes de construcción de una nueva Colombia.

Se habla mucho, con ocasión del proceso de paz, de la importancia de trasladar todos los conflictos a la arena de la política legal, acompañada —¡ojalá!— de discursos que abandonen la violencia retórica. Por eso, que el uribismo y sus movimientos afines opten por las calles es un gesto de apoyo a la institucionalidad por encima de las personas y las pugnas individualistas que hemos visto recientemente. Y por eso, también, no deja de ser extraño que la reacción de muchas personas y varios medios haya sido bien de indiferencia o, peor, de abierta hostilidad.

Sí, hay personas que tienen motivos legítimos para dudar de personajes como Álvaro Uribe y los representantes de su partido político. No deja de haber incluso una mezcla peligrosa entre justicia y política pretendiendo vender la idea de una persecución en su contra. Y cierto es que en varias ocasiones, durante su gobierno, el expresidente recibió con garrote las manifestaciones en su contra. Nada de eso, empero, justifica que se estigmatice a todas las personas que de buena fe salieron a las calles el pasado sábado.

¿Acaso expresar en paz sus diferencias ideológicas no es el ejercicio más puro de la democracia? ¿De verdad puede decirse que todos los que salieron a manifestar tienen intereses perversos? ¿Utilizar adjetivos violentos en su contra, con descalificativos y ataques personales, no es sembrar más guerra? ¿No es irresponsable intentar vincular sin pruebas el paro armado del clan Úsuga a los manifestantes? ¿No es esa la misma estrategia que se ha usado para marginalizar a la izquierda en la historia reciente —y no tan reciente— del país? ¿No debe la paz ser con todos los colombianos, independientemente de su pensamiento?

Más allá de las diferencias de visión que nos distancian del Centro Democrático, desde este espacio siempre hemos invitado a que le aporten al país con sus críticas constructivas y sus ideas, utilizando los mecanismos institucionales a la mano. Esta marcha ha sido precisamente eso. Bienvenido ese debate razonable, que enriquece la discusión con visión de país.

No puede permitirse que la respuesta sea el odio. Colombia ya sabe con suficiente ilustración lo que causa la polarización. El posconflicto, como se ha dicho hasta el punto del cansancio, también se tiene que dar en la política colombiana. Y eso arranca con el respeto genuino a la diferencia.

 

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