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Más igualdad

Hay un presupuesto más bien elemental que se deriva de la Constitución de 1991: cada cual puede hacer con su vida lo que le plazca.

El Espectador
11 de junio de 2015 - 02:19 a. m.

Siendo menos prosaicos podríamos decir, además, que las personas construyen su identidad a lo largo de los años, acumulando experiencias, revaluando lo que les fue dado desde un principio y que, ya teniendo un grado suficiente de autonomía, pueden decidir sobre sus cuerpos, nombres e identidad sexual.

Esta orientación, dicho sea de paso, es la que inspira el nuevo decreto 1227 de 2015, firmado por el Gobierno Nacional, el cual permite quitar trabas y obstáculos al momento de que una persona decida cambiar de sexo en su documento de identidad: sólo hace falta una declaración juramentada en una notaría. Del papel a la realidad, al menos el martes pasado, pudimos ver cómo ese decreto se volvía material: diez personas trans hicieron dicho cambio en la Notaría 65 de Bogotá sin muchas complicaciones. De manera que su cédula de ciudadanía (lo que llaman en el mundo “documento de identidad”) reflejará también, de aquí en adelante, la identidad sexual que han elegido a su buen entender y parecer.

Este es un triunfo jurídico, sin duda. El primero de muchos que deberíamos lograr para tener una sociedad más incluyente. Harto es lo que separa a los tiempos en que las personas trans se veían como fenómenos escondidos de las calles de Colombia a los de hoy, cuando el Estado mismo les facilita los trámites para elegir su identidad sexual.

Algunos bienintencionados contradictores de la medida podrían decir con bastante serenidad que desde hace mucho tiempo cualquier persona podía cambiar los datos de la cédula de ciudadanía a su antojo. Esta consideración no es tan precisa como se pretende. El trámite eliminado por el decreto comprendía un trato indignante para un ser humano cualquiera: se demoraba más de tres años y llevaba consigo la responsabilidad de presentar un certificado médico de intervención quirúrgica que acreditara un cambio de sexo o un antipático concepto psiquiátrico que contara sobre la disforia de género, un trastorno mental. Hoy la cosa es sencilla, más incluyente, natural, como debe ser.

Este paso, acaso fundamental, sigue siendo, sin embargo, el primero de muchos: aún faltan cosas que se derivan de la misma Constitución que enunciábamos al principio de este comentario: el trato diferencial en el sistema de salud, el trato en el sistema carcelario, la situación de los hijos de quienes decidan cambiar de sexo, entre otros, son los que nos falta dar.

Discriminación hay y habrá por mucho tiempo, claro: apenas tenemos que oír los ecos de las muchas voces en contra para darnos cuenta de eso. Pero es justamente a fuerza de estos nuevos empujes legales que podremos llegar al destino humano que necesitamos. Una sociedad nunca está preparada del todo para estos saltos; hay que darlos sobre la marcha para que las personas se adecúen, para que entiendan que la diversidad humana es parte de la vida en este mundo. Para entender que de ella se deriva más igualdad. Un aplauso, entonces.

 

* ¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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