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Más sanción social

Nada ha funcionado para evitar que cierta cantidad de personas que ingieren alcohol de manera considerable luego tomen el volante y pongan en peligro su vida y las de los demás.

El Espectador
18 de julio de 2013 - 12:18 a. m.

Nada. Ni las penas altas, ni los controles en las calles, ni los accidentes. Ni siquiera los videos mostrando expresamente cómo, por ejemplo, un borracho arrastra el cuerpo desmembrado de una mujer mayor.

La Corte Suprema de Justicia, incluso, profirió una cuestionable tesis hace un par de años: que el hecho de manejar un automóvil en estado de embriaguez y matar a alguien en el proceso era una causal de homicidio doloso por la figura del dolo eventual. La dogmática penal clásica, sin embargo, está lejos de esta tesis. El mismo Código Penal es muy claro en su definición de dolo eventual: “cuando la realización de la infracción penal ha sido prevista como probable y su no producción se deja librada al azar”. Pero los conductores ebrios no se suben al carro dejando al azar el hecho de matar a alguien. Nadie podría afirmar eso. Sin embargo, el precedente está dado, mucho más por el malestar de las víctimas que por el mismo respeto a la lógica jurídica. Pasamos de un homicidio culposo a uno doloso como por arte de birlibirloque.

¿El resultado? Pues veamos las cifras del último fin de semana. El caso emblemático fue el taxi embestido, y las dos jóvenes ingenieras de sistemas muertas, por un conductor ebrio el viernes de la semana pasada. En Bogotá fueron sorprendidos 340 conductores en estado de embriaguez a lo largo del fin de semana. En lo que va del año se han impuesto 6.510 comparendos por esta causal. Nada menos. Esto en la capital del país. En el resto, la cifra es de 29.833. Ha habido un incremento considerable.

Habiendo alternativas, por demás. En su mayoría, las compañías que aseguran los automóviles prestan el servicio conocido popularmente como “ángel”: una persona enviada por ellos que llega al sitio donde está el dueño del carro y lo lleva hasta su casa. También ha calado (de cierta forma) la nada cándida idea de que, por fiesta, se designe a un conductor elegido, que maneje al final de ella, y a quien la gente respete por no ingerir alcohol en toda la noche.

¿Qué pasa, entonces? ¿Por qué estamos condenados a tener que repetir, una y otra vez, la misma noticia con diferentes protagonistas? La gente se indigna, se molesta, considera que la persona dueña de esta conducta debe ser sujeta del linchamiento. Pero siguen tomando y manejando. La misma gente, incluso, podría decirse.

Ya va siendo hora de que la sociedad colombiana no espere a que el Estado promulgue la cadena perpetua para estos hechos sino que, más bien, empiece por casa con la tarea de no tolerar esa conducta en ninguna persona que conozca. Negarse a subirse al carro de alguien que ha bebido, sancionarlo socialmente, no celebrar las historias que cuenta, no ofrecerle trago insistentemente a quien se niega a hacerlo porque tiene que manejar.

La conducta está arraigada en la sociedad. Por más que se pidan medidas jurídicas de choque (y se logren, ya lo hemos visto), esta conducta no cambiará si la sanción social no sube el tono.

De lo contrario seguiremos condenados a tener que informar cada mes sobre estas noticias. Y la cosa no tendrá fin. ¿Seremos capaces de trasladar esta indignación a donde realmente sirve?

Por El Espectador

 

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