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Mesura y respeto, por favor

El fallo de la Corte Internacional de justicia, que tanto malestar e indignación ha causado en el país, se presta para situaciones que merecen nuestro total rechazo y que ameritan un llamado urgente a la sindéresis.

El Espectador
16 de diciembre de 2012 - 07:30 p. m.

Más que abrir la puerta a una indeseable cacería de brujas, la complejidad del tema amerita un debate serio, sosegado y carente de insultos.

La razón, se suele decir con razón, no está del lado de quien grita más fuerte, sino de quien defiende su posición con argumentos sólidos. Se puede o no estar de acuerdo con una tesis determinada en un tema tan complejo. Pero el sagrado derecho al pataleo no autoriza a la descalificación personal ni a la bajeza en los términos que algunos utilizan para manifestarse. En sociedades altamente polarizadas, como la nuestra, pululan en los foros de los periódicos o en ciertas redes sociales personas que, amparándose en el anonimato que les da un seudónimo, acuden a un reprochable lenguaje para controvertir.

El miércoles pasado, y con el deseo de mantener debidamente informados a nuestros lectores con todas las posiciones frente al tema de La Haya, solicitamos al excanciller y jefe negociador de Colombia, Julio Londoño Paredes, que escribiera un artículo compartiendo algunos de sus puntos de vista. Londoño Paredes aceptó la invitación y, consciente de que está en la mira de tirios y troyanos, envió un texto que publicamos en todas nuestras plataformas. ¡Quién dijo miedo! A pesar de la altura que lo caracteriza y la profundidad de los argumentos expuestos, con los cuales el lector puede o no estar de acuerdo, ciertos foristas se desbordaron en insultos entre los cuales venían, esto es lo más grave, amenazas de diversa índole. ¿Hasta dónde hemos caído?

El embajador Londoño no necesita que lo defiendan. Ha dedicado su vida, literalmente, a la Cancillería y a la política exterior colombiana. Es tal vez el único colombiano que ha caminado de arriba abajo las fronteras patrias, que conoce como la palma de la mano. Negoció todos los tratados de delimitación marítima en el Caribe. Su amor por Colombia, así como su seriedad, bajo perfil y compromiso, no pueden ser puestos en duda, más allá de que se puedan señalar, como se han señalado, posibles falencias en el proceso de este caso particular. Esos disensos frente a la actuación de los distintos gobiernos y del equipo negociador, en el cual lo acompañaron el también excanciller Guillermo Fernández de Soto y un equipo de reconocidos expertos internacionales, así como funcionarios de primer nivel de la Cancillería, deben sin embargo canalizarse por la vía del argumento sustentado y no del comentario facilista de quienes desconocen la profundidad del tema. Es muy cómodo predecir el pasado.

Por el contrario, los serios contradictores de las posiciones adoptadas a lo largo de estos años, las mismas que fueron avaladas por los distintos gobiernos desde 1969 —año en que se comenzó a ventilar el problema—, lo hicieron de frente y con argumentos sobre la mesa. Se trata de reconocidos abogados internacionalistas, algunos de ellos fallecidos, que expusieron tesis opuestas a las oficiales y que con altura y gallardía las supieron sustentar, así las mismas no hubieren sido aceptadas.

Esperamos que cuando amaine la tormenta, se decanten las aguas y se aclimaten los ánimos, se puedan evaluar las cosas en su verdadera dimensión. Así como hemos expresado nuestra crítica respetuosa frente a ciertas decisiones del Gobierno frente al fallo, es el momento de hacer un llamado a evitar el apasionamiento y solicitar que primen la cordura y el respeto, que tanta falta nos hacen.

Por El Espectador

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