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Miedo a vacunarse

Las más de 100 niñas enfermas en El Carmen de Bolívar encendieron la mecha: una oleada, a veces rayana en lo paranoico, de críticas a la vacuna del papiloma humano.

El Espectador
27 de agosto de 2014 - 02:15 a. m.

El antídoto pretende evitar una enfermedad que, en la gran mayoría de los casos, degenera en cáncer de cuello uterino, esa maldición que se lleva en Colombia 3.300 mujeres al año. Nada menos. Hay que tener cuidado con la desinformación cuando se habla de la salud y de la ciencia.

Las niñas enfermas del Caribe colombiano presentan una sintomatología clara: desmayos, hormigueos en las extremidades, dolor de cabeza, debilidad general. Cosas que atender con sensatez. Ante esta avanzada de dolores, los padres han decidido (razonablemente, en principio) culpar a la vacuna y, con sus visitas frecuentes, colapsar la capacidad del Hospital Nuestra Señora del Carmen. Y vaya si se les ha puesto un megáfono a sus reclamos: tenemos a médicos hablando irresponsablemente en radio y prensa y abogados que quieren sacar provecho y demandar al Estado colombiano por ser promotor de la vacuna. Y las teorías de conspiración, que van hasta el absurdo de la dominación mundial, no se han hecho esperar. Hay de todo en la viña del Señor.

Ante la abundancia de ruido mediático y teorías, hace falta precisión científica: ya fue enviada una comitiva de toxicólogos a la región para hacer un diagnóstico de las niñas que responda preguntas básicas: ¿es, o no, la vacuna del papiloma humano perjudicial para la salud? ¿Puede, o no, generar efectos secundarios peligrosos y perversos? ¿Debe, o no, retirarse del mercado?

Un argumento de autoridad, en este contexto de desconfianza, parece no ser suficiente, pese a quienes lo esgrimen: “Se ha demostrado que la vacuna tiene un muy alto porcentaje de eficacia frente a los serotipos 16 y 18, que son los causantes del 70% de los casos de cáncer cervical”, dice Ivette Maldonado Chaya, miembro del departamento de ginecología y obstetricia de la Fundación Santa Fe de Bogotá y una de las principales investigadoras del papiloma desde 2002.

Pero, ya lo dijimos, el escepticismo parece mayor que la contundencia científica. Para solucionar eso hace falta entonces barrer el mucho palabrerío que hay alrededor del tema: una vacuna no es un experimento con humanos. El remedio inyectado en Colombia ya ha tenido que pasar por una serie de estudios clínicos, de tres fases, y la administración en otros tantos cientos de millones de personas en todo el mundo. Y si se han generado efectos —consecuencia común en cualquier medicamento de los de esta clase— pues se han atendido con medidas, también, de precaución, con base en la ciencia.

El aval no es simplemente de una autoridad nacional o del Ministerio de Salud, sino que la Organización Mundial de la Salud, así como la Organización Panamericana de la Salud y la Federación Internacional de Obstetricia lo otorgan y, además, apoyan dichos programas de vacunación.

Por supuesto, con este comentario no queremos irnos al otro lado del debate: si existe algún riesgo para las mujeres, si se encuentra alguna contraindicación médica severa, las autoridades deben aclarar los efectos de la vacuna con la metodología adecuada y poco margen de error. Por eso, para curarse en salud, deben ir a las zonas que presentan la presunta afectación y sacarnos de dudas a todos. Es lo debido.

Por El Espectador

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