A mitad de camino

El Presidente Juan Manuel Santos, entre todas las posturas, se siente más cómodo con aquella que recuerda los valores republicanos del diálogo.

El Espectador
04 de agosto de 2012 - 11:00 p. m.

El Presidente Juan Manuel Santos, entre todas las posturas, se siente más cómodo con aquella que recuerda los valores republicanos del diálogo. El anuncio de la llave de la paz al inicio de su mandato, el tono calmado con que redujo la polarización interna tras la salida del gobierno Uribe y el restablecimiento de las relaciones internacionales fueron tan celebrados como la noticia inesperada de la implementación de una agenda posconflicto que incluía la reparación a las víctimas. El primer año de su gobierno fue un largo aplauso por su progresismo liberal, por su promesa del fin del conflicto y por un atípico pero afortunado crecimiento del 6% de la economía, a más de reformas que buscaban ordenar la casa.

En su segundo año, sin embargo, las cosas han caminado un poco distinto: la crisis de los mercados mundiales se hizo sentir, la guerra siguió haciendo estragos y las alianzas iniciaron su desgaste. A la par, la popularidad del presidente comenzó una caída pronunciada que se acerca a los 30 puntos. La popularidad, pese a lo que muchas veces se cree, no es una mera percepción subsidiaria. Mantener la confianza del país es un arte caprichoso pero necesario, y aunque nadie esperaba que éste fuera a ser el quiebre del presente gobierno, por ahí se le está yendo la tela. No sólo porque prometió más de lo que podía cumplir, sino porque lo que se ha hecho —que no ha sido poco— no se ha sabido aprovechar.

Dice el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, que la economía está fuerte, que se ejecutará el gasto, que la Ley de Regalías reducirá la corrupción, que la regla fiscal nos protegerá, que los bancos están en cintura. Y en buena parte tiene razón. ¿Qué pasa, entonces? Fallas constatables en resultados —industria y agricultura—, magnificadas por una cierta torpeza en la estrategia de comunicación y el estilo de gobierno.

Hay dos temas que el país no perdona: economía y seguridad. Las didácticas metáforas del ministro de Hacienda, más que comprensión, han generado antipatía, y no mucho mejor le ha ido al ministro Juan Carlos Pinzón con la cartera de Defensa. A pesar del propósito de quitarle a la guerrilla su plataforma mediática, el Gobierno ha fallado en difundir su propio protagonismo. Ha proyectado la idea de que los militares están operando en el corazón de donde antes sólo estaba la guerrilla, resaltando los nuevos riesgos que hay que tomar. Sin embargo, al querer mostrar todos los lados de la noticia —incluyendo la nueva vulnerabilidad del Ejército— el Gobierno manda el mensaje equivocado. Es cierto: de 2011 a 2012 los ataques de la guerrilla aumentaron, pero no así la tendencia desde 2004. Es más, la mayoría de los rubros fueron muy superiores en 2010 a los de este año. ¿Están las cosas bien? No, pero antes tampoco lo estaban.

El presidente Santos, en los dos años que cumple, no ha sabido jerarquizar su agenda, se ha dedicado a inflar las expectativas con respecto a su gobierno y cuando ha fallado, como en su obsesión por sacar adelante una reforma a la justicia que a todas luces era una perversa negociación con los congresistas y las cortes, tomó el camino de eludir su responsabilidad y trasladarla a quienes en el proceso habían sido sus aliados, con el consecuente desarreglo institucional con que comienza su segundo tiempo. La arrogancia tampoco se perdona fácil.

Al llegar a la mitad de su mandato, el presidente Santos tiene, pues, la tarea fundamental de recuperar la confianza en su gobierno. Y eso no lo logrará simplemente llenándonos de discursos sobre lo maravilloso que va a ser el país con sus anuncios.

A pesar de la caída en su popularidad, el país mayoritariamente le reconoce a su gobierno el correcto norte que ha fijado en la gran mayoría de los sentidos, pero también tiene hoy la idea clara de que eso no encuentra correspondencia en una ejecución suficiente. El Gobierno tiene que mandar rápido la señal de que sí puede con el país y que, más que anuncios grandilocuentes, cuenta con el liderazgo suficiente para mostrar resultados tangibles y que en su primer año de gobierno cimentó. De lo contrario, todo se le podría salir de las manos.

Por El Espectador

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