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Lo mucho que hace falta

Entre ser un parte positivo que anuncia el Gobierno, tener alrededor una incomprensión muy generalizada por parte de la sociedad y ser blanco de críticas fáciles (a veces producto de esa misma incomprensión) se mueve el anuncio del DANE que fue resumido en un titular no tan afortunado: una persona que recibe $211.807 mensuales no hace parte de la pobreza colombiana. Está por encima de ella.

El Espectador
27 de marzo de 2015 - 04:00 a. m.

Las críticas que, de nuevo, se nos antojan bastante facilistas, no se hicieron esperar: ¿quién puede vivir un mes con esos ingresos?, dicen unos. ¿El director del DANE se le mediría a ese reto?, plantean otros. Para empezar a analizar este anuncio, y criticarlo de una forma menos apasionada, hay que barrer ese palabrerío efectista: si bien la indignación es saludable para una democracia, también podemos aspirar a un nivel más alto en el debate. Porque debajo de la cifra hay, por supuesto, críticas mucho más fructíferas para exigirle a un Estado: críticas que podrían redundar en algo más que un anuncio positivo.

La cifra, que es por demás derivada de un método para medir la pobreza, se ajusta a un presupuesto mínimo que necesita un núcleo familiar compuesto por cuatro personas (el monto debe multiplicarse, entonces, por cuatro) y depende estrictamente del lugar donde se viva: depende de cuánto cuesten las cosas, obvio. Hace 10 años, la mitad de los colombianos se ubicaba debajo de la línea: el año pasado la cifra se redujo a menos de un tercio, cosa que, al menos en esta parte del mundo, sí luce como un gran avance.Hay, sin embargo, dos problemas significativos en este éxito. El primero es la coyuntura en la que se da: ¿Cuáles son los factores, aparte de la disminución del desempleo, que lo potencian? ¿Cómo podemos identificar esos factores y multiplicarlos no para que la gente esté en la línea sino muy encima de ella? Si un tercio de la población —la más pobre— se encuentra allí, ¿cómo los sacamos? Porque más que una celebración, esto es una indicación de hacia qué lugar específico deben apuntar las políticas públicas de un país.Por otra parte, no deja de preocupar que este sea un avance coyuntural y perecedero: ¿los programas de apoyo que en épocas de bonanza se multiplicaron van a irse al traste ahora con la caída de los precios del petróleo? No lo sabemos. Lo que sí podemos percibir es que esas políticas de corte bastante asistencialista no tienen un impacto a futuro: pueden aliviar la situación por unos años, pero su efectividad no es consistente en el largo plazo. Un respiro apenas, que no cambia las condiciones más estructurales de la pobreza. Y no, eso no es algo que un Estado serio puede permitirse.Por otro lado está el gran lastre que aqueja a este país: la desigualdad. Ese factor predominante que ataca no solamente a un nivel económico, sino de desarrollo social. Acá en Colombia sí hay una segregación social impresionante que no cede. Dicho en cristiano, los pobres casi igual de pobres y los ricos muchísimo más ricos. Y lo que los divide no es solamente la plata en los bolsillos: son las realidades, el acceso al Estado, las prerrogativas frente a los derechos ciudadanos. Viven en países distintos, mejor dicho. Los frentes que pueden disminuir una de las mayores iniquidades del mundo (el acceso a una buena educación, la facilidad de usar los avances tecnológicos, la posibilidad de que se acabe la informalidad laboral e, incluso, la tenencia de rentas) los vemos bastante quietos. Por todo esto es que la celebración está lejos y los debates abiertos. Pues la pobreza es mucho más que una cifra.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com. 

Por El Espectador

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