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Nairo y una Colombia inmadura

Imaginemos, por un instante, lo contrario: una Colombia que glorifica la disciplina diaria, el aprendizaje, la construcción a partir de los errores, el goce de los triunfos progresivos, el profesionalismo como potenciador del talento, no como su enemigo. Un país que les dice a sus jóvenes que vale la pena iniciar procesos de décadas, invisibles, pero que eventualmente rinden frutos.

El Espectador
24 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Las críticas a Nairo Quintana son evidencia de un país facilista que debe reflexionar sobre aquello que glorifica y celebra. / EFE
Las críticas a Nairo Quintana son evidencia de un país facilista que debe reflexionar sobre aquello que glorifica y celebra. / EFE

Independientemente del resultado final, el comportamiento mayoritario al que asistimos en el país durante estas semanas de Tour de Francia cuando Nairo Quintana comenzó a incumplir las expectativas nacionales de ganar la carrera debe ser una oportunidad para reflexionar sobre la forma en que reaccionamos ante situaciones complejas. ¿Por qué somos tan apresurados cuando se trata de crucificar héroes?

Motivos sobraban, y siguen sobrando, para esperar de Quintana las más grandes proezas. El boyacense, de apenas 26 años, es a todas luces un prodigio del ciclismo mundial. Sus dos subcampeonatos en el Tour de Francia (2013 y 2015), junto con su campeonato en el Giro de Italia del 2014, crearon la esperanza —auspiciada por el mismo ciclista, es cierto, y no está mal pues condiciones tiene— de que este año podría competirle el título al británico Chris Froome. Además, contaba con un buen equipo (Movistar), concentrado en darle todas las oportunidades para obtener el triunfo.

Quintana comenzó a jugar una partida larga, técnica, de esperar, digna de un deportista experimentado con una meta clara. En Colombia, sin embargo, no se hicieron esperar las voces que no entendían por qué no atacaba, que no concebían que dejara que Froome se escapara, incluso en la primera semana, cuando se sabía que el fuerte del boyacense era la tercera. Aquí, no obstante, se llegó a hablar de fracaso y hubo una sensación generalizada de decepción.

Esa presión, además, llegó a Quintana, quien a diario tuvo que responder preguntas sobre el tema para repetir su mantra, sensato, de que el Tour es una carrera de paciencia. Le faltó agregar otra idea: ¿es que acaso estar entre los primeros de la carrera más importante del mundo, usualmente dominada por los europeos y en la que Froome tiene al equipo con la billetera más robusta, no es suficiente motivo para que aquí se nos llene el pecho de orgullo y patriotismo? Incluso si fuera atrás, ¿había motivos para quemar vivo en la hoguera de la opinión a uno de los mejores talentos colombianos en la actualidad?

Con el paso de las etapas, ya se sabe, Quintana siguió perdiendo terreno frente a Froome, afectado ahora por una enfermedad que no le impidió dar una lucha titánica por intentar subirse al podio. Eusebio Unzué, director de su equipo, explicó que “no hay que olvidar que (Quintana) todavía está en años de formación, de maduración. Es un superdotado, un prematuro, un prodigio, pero aún es un niño. 26 años no es nada para lo que tiene que seguir aprendiendo”.

Colombia debe aprender también de lo sucedido. Si bien estamos hablando de un caso particular, no es la primera vez, ni será la última, en que los colombianos sean presurosos en desechar todo lo conseguido cuando es menos que la perfección, demostrando una incapacidad para valorar los procesos invisibles, larguísimos y difíciles que hay detrás de la grandeza. En las críticas a Quintana quedó en evidencia un país facilista, enamorado de las glorias inmediatas, inconsciente del trabajo que requiere llegar a la cima, incapaz de valorar lo que sí se consigue. ¿Qué mensaje les envía eso a los demás deportistas y a todos los colombianos? Que si los triunfos no se consiguen en el primer intento, ya no tienen ningún valor.

Imaginemos, por un instante, lo contrario: una Colombia que glorifica la disciplina diaria, el aprendizaje, la construcción a partir de los errores, el goce de los triunfos progresivos, el profesionalismo como potenciador del talento, no como su enemigo. Un país que les dice a sus jóvenes que vale la pena iniciar procesos de décadas, invisibles, pero que eventualmente rinden frutos. Que porque algo sea difícil y no se obtenga con facilidad, no somos un fracaso. Aplica en el deporte, pero también en el desarrollo de todas las personas. Demasiado daño le ha hecho al país la otra lógica, la del éxito y el dinero fáciles, la de los atajos. Es importante empezar a madurar como sociedad.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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