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Nuestros atletas paralímpicos

Los juegos olímpicos, aparte de ser un negocio lucrativo, son también la prueba de los límites humanos. Son la exigencia, la pulcritud, la disciplina y la confianza psicológica en romper las marcas.

El Espectador
10 de septiembre de 2012 - 11:02 p. m.

Por esto fue que recibimos a nuestros atletas como héroes. Las imágenes de Mariana Pajón haciendo morder el polvo a sus contrincantes o de Caterine Ibargüen echándose al bolsillo a un estadio entero con su sonrisa hicieron inflar el pecho patriótico a más de uno.

Si los Juegos Olímpicos son la prueba de lo posible en un ser humano, los Paralímpicos, que se desarrollan por estos días en la misma Londres, son, en ciertas ocasiones, el testimonio de lo que se piensa imposible: personas con discapacidades serias (ceguera, amputaciones de miembros, problemas cognitivos) haciendo deportes igualmente serios, e imponiéndose sobre el pensamiento convencional que hace gala de una infame discriminación.

Retan a esa palabra que encierra una realidad de trato subyacente: “discapacitado”. Tal y como lo definió nuestro atleta en natación, medalla de plata en Londres, Moisés Fuentes, abnegado desde la cuna, superando siempre sus dificultades sin dudar un segundo: “Discapacitado es aquel que teniéndolo todo no hace nada”. Cuán cierto puede ser lo dicho por nuestro atleta. Extrapolando esta frase, podría decirse que nuestro país está “discapacitado” a la hora de dar un trato más digno a las personas con discapacidad.

Los Paralímpicos, casi como ningún otro evento, ponen un lente grandísimo sobre ese mundo a veces invisible. Sirven como pretexto para hablar de lo que el abogado César Rodríguez Garavito dijo hace una semana en las páginas de este diario: los otros 2’600.000 seres humanos que viven en Colombia en condición de discapacidad, para quienes existe un mundo inaccesible: oficinas, parques, centros comerciales, entre otros. Todo, en fin, hecho a la medida de lo que la sociedad considera normal.

El anonimato de estas personas se disminuye un poco cuando uno ve a estos atletas haciendo goles, cruzando piscinas, corriendo por una pista atlética con facilidad. A Moisés Fuentes se suma Elkin Serna concediéndole la segunda medalla de plata a Colombia (maratón T-12). Para inflar el pecho, también.

Esto, con todo y que el despliegue no es el mismo: no hay patrocinio de la industria privada para los 39 representantes colombianos que allí se encuentran; Coldeportes y el Comité Paralímpico Colombiano hacen lo que pueden con sus presupuestos. Tampoco puede observarse a estos atletas haciendo sus maravillas deportivas a través de la televisión. El cubrimiento mediático, así como el interés, es mucho menor en este caso. Esto devela, con creces, cuál es la posición de este país en torno a las personas que llevan un tipo de vida distinta a la que convencionalmente se concibe. Pero ahí van. Es de admirar, la verdad.

Que estos atletas vuelvan alzados en hombros, como héroes (como sus homólogos en los Juegos Olímpicos) es indispensable. Pero, sobre todo, falta más apoyo estatal para hacer visibles a las personas que, por una condición azarosa, tienen un tipo de vida distinto.

Faltan inmensos programas para que las personas con discapacidad tengan cabida en el mundo. Los Paralímpicos sientan el primer ejemplo: determinan el tipo de discapacidad, la dificultad, los niveles en los cuales puede o no desarrollarse un atleta paralímpico. Al Estado no sólo le falta un entendimiento para hacer clasificaciones de este tipo, sino también le falta dar más apoyo: generar programas serios que incluyan a toda esta población, de casi tres millones de personas, dentro de la educación, la salud y el empleo. Aún estamos muy lejos de llegar a la meta.

Por El Espectador

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