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Oposición desde la izquierda democrática

La izquierda en Colombia ha sido una fuerza proscrita desde varios frentes: no solamente ha sido la sombra (y el daño) inmensa que les han tendido las guerrillas, en especial la de las Farc, restándole legitimidad ante la ciudadanía, sino también los fantasmas internos que la acosan y no la dejan surgir. Las oportunidades echadas por la borda, sus peleas cismáticas, la corrupción de sus gobiernos locales, todo, en conjunto, ha dejado a la oposición de izquierda en un lugar no tan notable de la política colombiana. Y hace falta.

El Espectador
26 de marzo de 2013 - 10:07 p. m.

Pero también, y sobre todo, ha sido la persecución. Caso emblemático el de la Unión Patriótica, partido que desapareció a manos de una violencia a la que no se le ha dado aún un nombre propio. Fueron las agresiones directas, como los asesinatos de Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, pero también las amenazas, las cruces negras, la persecución a mano armada, como de la que fue víctima Aída Avella en una calle de Bogotá. Y así, de desaparición forzada en asesinatos logrados, 3.000 personas militantes fueron eliminadas de forma sistemática. E impune.

En un régimen democrático es importante tener pluralidad de puntos de vista. Visiones que sean distintas, que den otra versión de la realidad, que se opongan con argumentos sólidos a los sistemas políticos o económicos tradicionales. Lo importante no es tanto que primen (como se cree con inexplicable temor), sino que existan. Y hablen. Y sean oídos. Y debatan sin estigmas. Ahora se discute en el Consejo de Estado si devolverle o no la personería jurídica a este extinto partido, la UP, el más influyente y castrado que tuvo la izquierda democrática. Eso queda en manos de los jueces. Y sobre ello no queremos ahondar.

La UP, sin embargo, está teniendo un renovado protagonismo. Y esto es importante. Más allá del pronunciamiento que se espera —desde hace 20 años— de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre sus miles de víctimas, o del fallo reciente en el que se hace una restitución de 70 hectáreas a las víctimas de esta matanza indiscriminada en el marco de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, son importantes las palabras que Omer Calderón le dijo a este diario el día de ayer: “El punto que planteamos de cara al proceso de negociaciones es que haya garantías para que esto (ser una fuerza de izquierda proscrita) no vuelva a ocurrir”. Pero ocurre.

Harto podría aprenderse de lo que sucedió hace 30 años a la izquierda colombiana, justo después del proceso de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y varias organizaciones subversivas como las Farc, el Epl o el M-19. El exterminio no fue gratuito. Se trata, por una parte, de reparar, sí, pero también de lograr gestionar políticas de entendimiento y de reconocimiento que permitan que este fenómeno no se presente nuevamente. Difícil, claro, pero necesario.

Y todo empezará desde lo que se pueda hacer en términos de legitimidad. Ya se está convocando a distintos sectores de la izquierda (y de otras tendencias) para que se logre el diálogo. Este parte del supuesto no sólo de ir a montar un discurso, sino, sobre todo, de oír a la contraparte: qué es lo que estos ciudadanos tienen por decir, de dónde vienen, cuál es su realidad, cómo se puede construir la tolerancia en un país donde la izquierda ha sido proscrita. Al proceso de paz con la guerrilla le falta ciudadanía: sólo abriendo el debate se logra hacer esto. Mucho es lo que se puede aprender de la oposición que aún no tiene protagonismo.

 

Por El Espectador

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