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Paz, también en su tumba

El fallecimiento de todo ser humano suele generar tristeza y palabras sentidas. Habrá quienes lo alaben y quienes lo demeriten.

El Espectador
06 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

En el caso de la partida de Nelson Mandela el mundo se ha manifestado en forma unánime al expresar su dolor por la pérdida de un ser único e irrepetible. Luchador incansable por la igualdad racial y social, tolerante, inmenso como líder e infinitamente sencillo como persona. En fin, un estadista de aquellos que se cuentan con los dedos de la mano en cada siglo y cuyo ejemplo es el mejor legado que nos deja a todos.

Mandela ya era un mito viviente desde hace varias décadas, y no hay duda de que la imagen de este abuelo cariñoso y sonriente se va a eternizar. Sin embargo, más allá de los “cultos a la personalidad” que él mismo detestaba, o la práctica de perniciosos mesianismos, su ejemplo de vida no puede quedar solamente en las sentidas palabras que se van a escuchar por estos días. Por el contrario, es el momento de que sus enseñanzas permeen a muchas sociedades donde aún viven muchos de los problemas contra los cuales luchó Madiba.

Sin ir muy lejos, podríamos comenzar por nuestro propio país. En especial dado que nos encontramos inmersos en medio de un proceso de paz que pueda llevar a la ansiada terminación de un conflicto armado que ha costado demasiada sangre, dolor y lágrimas. Es ya un lugar común decir que la paz y la reconciliación hay que hacerlas con el enemigo. Eso pasó en Sudáfrica en 1990, donde el presidente de la minoría blanca, Piether W. Botha, amnistió a su archienemigo de la cárcel, a donde los jueces segregacionistas del Apartheid lo habían condenado a vivir bajo cadena perpetua. Esto permitió que, en 1994, Mandela ganara las primeras elecciones libres e iniciara la difícil reconciliación del país. Tarea nada fácil, pues había demasiado odio y resentimiento acumulado. Pero lo logró.

Aunque no existe una fórmula única para aplicar a la resolución de conflictos internos, no está de más recordar que las premisas que se contemplaron en Sudáfrica pueden ser puestas de presente aquí. Como recordaba el escritor Ariel Dorfman, Nelson Mandela “comprendió que la reconciliación es posible, siempre que, nos advirtió, no se traicione la memoria, siempre que se exija el arrepentimiento ajeno”. Esa será, como lo hemos advertido con anterioridad, una etapa esencial para Colombia, en especial en el posconflicto. Todas las partes involucradas en el mismo tienen que actuar con la grandeza suficiente para entender que más allá de intereses personales, o mezquinos cálculos políticos, lo que se juega es el bien máximo de toda la sociedad como lo es el logro de la paz.

Se ha recordado en estos días que una vez alcanzado el objetivo de la libertad e igualdad para sus conciudadanos y consolidada la reconciliación nacional en Sudáfrica, Mandela prefirió retirarse a la vida privada y descansar junto a su familia, luego de su muy agitada vida. Qué bien le haría a nuestro país que esta prueba de generosidad y humildad fuera seguida por aquellos que, por el contrario, quieren ser ejemplo para las futuras generaciones a fuerza de mantener viva su intolerancia, cuando no sus odios personales.

Nada mejor para concluir este homenaje que repetir sus propias palabras frente a este momento triste: “la muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad”. Nadie lo duda, Madiba.

Por El Espectador

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