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La pólvora y la cultura colombiana

Diciembre siempre tiene reservada una cuota extra de malas noticias: los accidentes con la pólvora.

El Espectador
12 de diciembre de 2011 - 11:00 p. m.

Una práctica social extendida que renace con la llegada de estas fiestas. Todos hacen parte de este problema, desde los habitantes de las ciudades menores y municipios pequeños, hasta los de grandes centros urbanos del país. Sólo hace falta que llegue diciembre para que las personas empiecen a prender las mechas, ver cómo se estallan en el cielo y, muchas veces, exponerse a quemar partes importantes de su cuerpo.

El número de personas que han sufrido accidentes por pólvora en este año está rodeando las 90. Cifra absurda si tenemos en cuenta que aún no hemos llegado siquiera a la mitad del mes, y más aún si tenemos en cuenta las muchas imágenes y datos que los medios de comunicación difunden año a año y que podrían servir para disuadir mucho más a la gente que realiza estas prácticas como algo corriente. Ahí están las caras quemadas, los niños de poca edad envueltos en vendas recostados en la cama de un hospital, las amputaciones de extremidades por cuenta de la gravedad de las quemaduras, etcétera. Y nada, parecemos ciegos ante esta realidad. La pólvora se sigue vendiendo en las tiendas y se sigue prendiendo en las calles.

Las campañas sí han servido, por supuesto. Las cifras entregadas por el Instituto Nacional de Salud (INS) muestran que, por ejemplo en Bogotá, pese a fluctuar un tanto el número de quemados por año, la tendencia es a la baja. Las autoridades tratan de usar nombres llamativos para que las personas se convenzan de no cometer esta conducta: “no te tires la Navidad”, se dice en Medellín por boca de la secretaria de Salud, Luz María Agudelo, a raíz de la costumbre tan fuerte que existe en la capital antioqueña, o “la pólvora no es juego de niños”, como reza el Gobierno para que a nivel nacional no se prendan las mechas.

Pero igual, se insiste. La manera de ser de los colombianos frente al tema es bastante particular. El Gobierno entiende cuáles son las causas de las quemaduras. A juicio del INS son tres: la disponibilidad del material, la falta de conocimiento frente a la peligrosidad de incluso la categoría 1 de los juegos pirotécnicos, que pueden encender ropas y quemar un cuerpo entero, y finalmente, la falta de distancia a la hora de manipularlos, guardando incluso algunos en los bolsillos. Y entendiendo esto, se hacen campañas. Tienen un impacto fuerte, no hay que negarlo; sin embargo, aún no calan en la generalidad de las personas. Esto por, nuevamente, la cultura que existe alrededor de la pólvora y la relación inescindible que los colombianos le atribuyen con la celebración de las fiestas de fin de año.

Para estas conductas demasiado interiorizadas existen remedios. De acuerdo con algunos expertos en el tema de cumplimiento de normas, es posible que una sanción social, igualmente generalizada, sirva para contrarrestar una conducta como la que mencionamos. El rechazo social a la práctica, entonces, se hace necesario. Los bogotanos saben de este tipo de controles ciudadanos: los vivieron en la época del alcalde Antanas Mockus quien, ridiculizando a los conductores y peatones irresponsables a través de mimos y tarjetas, logró cambiar cosas muy sencillas: el respeto a la cebra, parar ante un semáforo en rojo, etcétera.

A la par de la ayuda gubernamental, viene el cuestionamiento interno de los colombianos que están en desacuerdo con esta práctica, y que podría servir como aliciente para que se abandone la costumbre. ¿Optimismo de nuestra parte? Sí, claro. Pero el uso de medidas de sanción alternativas ha rendido sus frutos en el pasado. ¿Por qué no intentarlo ahora? Es una pregunta que elevamos a la ciudadanía, en general, y también a los gobiernos locales.

Por El Espectador

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