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La puerta del infierno sigue abierta

Hoy hace 70 años, a las 8:15 de un soleado día, en la ciudad de Hiroshima se abrió la puerta al infierno atómico. La nefasta decisión del presidente Harry S. Truman de lanzar dos bombas sobre Japón, la segunda de ellas tres días después en Nagasaki, causó de inmediato la muerte a 80 mil personas y a 140 mil más que fallecerían en los siguiente meses debido a las quemaduras y la radiación. El ruido de la explosión aún resuena en la conciencia de un mundo que no ha podido acabar con los arsenales nucleares.

El Espectador
06 de agosto de 2015 - 03:52 a. m.

Este controversial tema sigue siendo una de las asignaturas pendientes más importantes por resolver. A pesar de los esfuerzos que se han llevado a cabo en los organismos multilaterales y los tratados firmados para prevenir una conflagración mundial, la espada de Damocles de un holocausto nuclear sigue rondando. Un par de semanas atrás, Estados Unidos e Irán llegaron, junto a los países europeos, a un muy importante acuerdo mediante el cual el país islámico se compromete a reducir la producción de uranio enriquecido, a cambio de que se levanten las sanciones que se le habían impuesto por Naciones Unidas. A pesar de que hay críticas de los opositores al mismo, dentro y fuera de los países firmantes, lo cierto es que de aplicarse las cláusulas estipuladas el mundo ha de ser un poco más seguro. Punto a favor.

Sin embargo, subsisten demasiadas inquietudes. Tras la firma del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares existen nueve países que han detonado armas nucleares. De ellos, Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia y China se consideran “Estados nuclearmente armados”, de acuerdo con el Tratado. Sin embargo, tres países no firmantes del mismo —India, Pakistán y Corea del Norte— han llevado a cabo explosiones exitosas. Israel también hace parte de dicho club. Algunos de estos países, como las grandes potencias, mantienen un importante número de ojivas nucleares a pesar de los acuerdos para su reducción tras la caída del Muro de Berlín. En los últimos meses, cuando vuelven a aflorar algunos escarceos en Europa del Este por las tensiones entre Ucrania y Rusia o los problemas entre China y Japón, reaparece el temor de un posible uso de la fuerza que termine escalando hasta niveles que nadie quisiera.

Algo similar sucede con los otros cuatro países mencionados. El problema limítrofe entre India y Pakistán ha sido una piedra en el zapato para la paz mundial dado que ambas partes tienen poder nuclear, aunque no se espera que las cosas lleguen hasta ese punto. Israel nunca ha afirmado ni negado la posesión de la bomba pero lo cierto es que ese poder se ha convertido, luego de la guerra de Yom Kippur en 1973, en el principal disuasor frente a sus vecinos árabes. El último caso, el de Corea del Norte, es el más complejo de todos. El régimen dictatorial de Pyonyang se ha dedicado de tiempo atrás a mostrar sus dientes nucleares no sólo a su vecino del sur sino incluso a Japón. Los intentos de que se reduzca o acabe el programa atómico a cambio de alimentos no ha tenido los efectos esperados. De nuevo la incertidumbre.

Por último está el tema del propio Japón. Terminada la guerra, el país asiático estableció en su Constitución la prohibición a tener un ejército propio que actúe fuera del país. Sin embargo, en este momento el Congreso, por iniciativa de su primer ministro, Shinzo Abe, se apresta a aprobar una reforma para que sus fuerzas de autodefensa puedan actuar en el exterior en apoyo a un país aliado. De otro lado, luego de haber apagado todas las centrales de energía nuclear tras el desastre de Fukushima, el Gobierno quiere ponerlas de nuevo en funcionamiento.

Curiosa paradoja que en este momento en que delegaciones de 100 países participan de un minuto de silencio y reflexión en memoria de las miles de víctimas, y ruegan por la paz y el desarme nuclear, no parezca aprendida la horrorosa lección de hace 70 años.

 

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