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Punto medio

Hoy se cumple un año desde que entró en vigencia el tratado de libre comercio con Estados Unidos. El acuerdo, debatido en Colombia desde hace más de cinco años, generaba mucha controversia, promovía un debate entre extremos: que iba a ser la gran apertura de este país al mercado mundial decían, por un lado, los optimistas; que sería un acta de defunción que entregaría el país y destruiría las industrias nacionales, decían los pesimistas.

El Espectador
14 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

De todo eso no ha pasado nada. Es más, salvo para algunas industrias bastante particulares que entran con el arancel en cero a Colombia, el común de la gente no siente mayor efecto: no llegaron bultos de arroz estadounidenses a precio de huevo a los supermercados. Los productos colombianos han llegado allá, y bien, pero no han pegado duro. Esto se ha debido, en parte, a que Colombia firmó el tratado en un momento en que la economía del país del norte “comenzó a tener un enfriamiento”, como se lo dijo a este diario el ministro de Comercio, Sergio Díaz-Granados.

En términos generales, la realidad marcha: no sólo se puso a Colombia en el mapa (uno en el que ya estaban México, Brasil y Chile), sino que el crecimiento de la industria del agro y las manufacturas ha sido entre el 8 y el 10%, cuando el comercio mundial está en -0,3%.

A grandes rasgos, este es el balance: 187 productos nuevos han ingresado al mercado de Estados Unidos; 775 empresas colombianas entraron por primera vez en el período comprendido entre mayo de 2012 y febrero de 2013; de distintos departamentos han ido saliendo lo que en los informes se denominan “productos curiosos”: truchas arcoíris de Cundinamarca, jabones medicados de Atlántico, jeans levantacola de Antioquia, trajes de bautizo para bebés de Santander. Cosas así, que antes de la firma no se veían como posibles, pero que podrían fortalecerse para lograr insumos en algunas industrias.

Y, por el otro lado, los productos que llegan pegando duro también sorprenden: camionetas 4x4, tractores, vehículos para más de 16 personas, volquetas, camiones de sondeo, motos de lujo, equipos para construcción o agricultura, aeronaves, fertilizantes, farmacéuticos, calzados impermeables, y así, cosas de este estilo. También maíz, también leche en polvo, también carnes. Pero, como ya dijimos, el ciudadano del común aún no se ha percatado de esta realidad.

Esto significa que podríamos prepararnos más. Que aún hay tiempo para fortalecer la industria. Bien valdría la pena que el Gobierno se enfocara en mejorar, en al menos tres puntos, aprovechando este momento: lograr acceder a mercados que exigen requisitos sanitarios y fitosanitarios (pollo, aguacate); mejorar la calidad de acuerdo con las normas técnicas que, si bien no son obligatorias por parte del Gobierno, los privados sí las exigen para comprar (estufas eléctricas, calderas, productos industriales), y facilitar el comercio eliminando los trámites burocráticos a través de un estatuto aduanero que, a decir verdad, debió haber estado listo hace un año.

Los empresarios deben meterse la mano al bolsillo y ser creativos para competir. Pero el Gobierno también debe ponerse las pilas en todos estos temas: fortalecer es la solución, hacer atractivas nuestras marcas y productos en el mundo.

Esto debe, además, servir como lección introductoria para lo que viene con Europa. El parte, entonces, no es de alarma. Tampoco de tranquilidad. Salir del punto medio en el que nos encontramos debe ser la meta inmediata.

Por El Espectador

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