Quince años sin Jaime

Ya dejaron de ser una simple cifra los años que pasaron desde ese oscuro 13 de agosto en que unos sicarios a orden de otro criminal (de otros criminales) le abrieron la cabeza a tiros a Jaime Garzón en una amanecida calle bogotana para el dolor de un país entero.

El Espectador
13 de agosto de 2014 - 03:46 a. m.

Jaime Garzón era un humorista genial, un hombre que, a fuerza de sus chistes, le llevó a un país, masticada, la realidad política nacional. Alguien que acercó a Colombia a un espejo en el que pudo contemplarse. Alguien que, sin tapujos, iba diciendo verdades que la gente oía: nadie olvida aún (en este país que no tiene memoria) al inepto reportero Émerson de Francisco, a la intrépida cocinera de Palacio Dioselina Tibaná o al impertinente embolador Heriberto de la Calle.

El recuerdo de Jaime Garzón quedó tatuado en la vida de los colombianos: su arte de revelar lo que se quiere poner tras un velo. Un maestro. No hace poco, de hecho, Garzón fue finalista del programa votado “El Gran Colombiano de la Historia”, de la cadena History Channel. Vive, entonces. Al menos un poco.

Una lástima (una tragedia producto de la barbarie) que lo hayan matado. Cuánta falta hace lo que él sabía hacer mejor que nadie. “Tal vez desde el asesinato de Jaime Garzón este país ha sido huérfano de un estilo de periodismo que no ha vuelto a nacer. Las opiniones y las formas de narrar que caracterizaban a Jaime no solo eran un insumo importante para la democracia en Colombia, sino que también guardaban una identidad con un país absolutamente excluido de la participación política”, dijo sobre el tema Pedro Vaca, director de la Fundación para la Libertad de Prensa.

¿Qué país estaría viendo Garzón en estos momentos? ¿Con qué ataque creativo nos sorprendería? ¿De quién se burlaría hoy, cuando los vientos políticos están tan enrevesados? Da tristeza hacerse esas preguntas y que él no esté acá para responderlas.

Así como es una vergüenza que lo hayan asesinado, la indignación por su muerte se hace doble cuando, en estos 15 años que han pasado, no ha habido una respuesta efectiva de la justicia: ya lo dijo con tino el caricaturista Alfredo Garzón, su hermano: “quisiera empezar contándoles cómo han sido estos 15 años para nosotros los hermanos de Jaime, en los que se nos ha negado sistemáticamente el derecho a la verdad y a la justicia”. Increíble.

Lo mínimo que merece el recuerdo de Garzón es que se aclare su caso: que se diga la verdad y se imparta justicia. Así ese capítulo puede cerrarse dignamente. Y no hablamos de su propia dignidad, sino de la nuestra: como país, como Estado, como sociedad, como hermanos suyos.

Hoy, a 15 años de su muerte, por fin, la maquinaria se ha vuelto a aceitar. Esperamos que todas estas actuaciones procesales justo para el aniversario no queden empolvadas como ya estamos acostumbrados si recordamos el extenso expediente judicial del caso. Dos hechos políticos relevantes se dieron a una semana de cumplirse 15 años de impunidad: las autoridades capturaron al coronel retirado Jorge Eliécer Plazas Acevedo y comenzó el juicio contra el exsubdirector del DAS José Miguel Narváez, dos personas que podrían completar (o no, no hay sentencia aún) el complicado rompecabezas de quiénes mandaron a matarlo y por qué. Mucho más allá de los sicarios de la Terraza de Medellín, hace falta saber cómo fue planeado este crimen y a quién Garzón estaba molestando tanto.

Cuánta falta hace la justicia pronta y efectiva en este caso. Una caricatura de la cual, sin duda, Garzón habría sacado provecho con su ingenio.

Por El Espectador

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