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Regalo navideño

En la parte norte de la Guajira, entre el cabo de la Vela y Punta Gallinas, se encuentra ubicada Bahía Portete: la nueva área protegida por el Estado colombiano, que comprende una superficie de 125 km², 13 km de diámetro y está comunicada con el mar abierto por una boca de dos km de ancho.

El Espectador
23 de diciembre de 2014 - 12:45 a. m.

Un paraíso, prácticamente: donde se ven coexistir manglares y corales, caracoles y langostas, tortugas y erizos, armadillos y zorros.

Una expresión pura de la biodiversidad colombiana, con la que el Estado tenía una deuda histórica. No son pocos los años que han pasado desde que un grupo de paramilitares irrumpió en esta ranchería para asesinar, mutilar y desaparecer a cuatro mujeres y un hombre pertenecientes a la comunidad wayuu. Comandado por Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, el grupo de asesinos logró lo que acometía: aterrorizar a los habitantes de este hermoso lugar del mundo para que se fueran. La mayoría se fue del lugar hace 10 años.

Y hoy, año y medio después de estos hechos, el lugar respira esperanza: el sábado pasado declaró este lugar como Parque Nacional Natural, una protección jurídica de casi cualquier atentado que pretendan hacer contra este lugar. La protección se da también, por supuesto, en términos culturales. Es una especie de reparación lo que hacen ahora para evitar más daño, pero los recuerdos abundan. Quienes han regresado al lugar recuerdan la crudeza y la barbarie perpetradas allí hace años. Cadáveres, cementerios profanados, casas quemadas. No es fácil la cosa, ya que la declaración es un primer paso de muchos más: debe ser una labor integrada.

Lo ambiental es lo noticioso: habrá que ver hasta dónde la protección es efectiva, ya que, como nos lo recordó el columnista de este diario Weildler Guerra el sábado pasado, muy cerca de la zona hay actividades portuarias de salida de carbón y otras propias de la Zona de Régimen Especial Aduanero. Esto implica, entonces, una vigilancia dedicada, focalizada, que no olvide que una protección jurídica puede estar por encima de la otra: la constitución ambiental que supera las actividades económicas. Así hay que verlo para entenderlo a carta cabal.

Por otro lado está, por supuesto, el componente social: no solamente la seguridad que traduce al Estado en su forma más rudimentaria, sino también en programas que, apenas llegó el presidente Juan Manuel Santos, los indígenas ya estaban pidiéndole con afán. Porque de eso se trata, también. Volver a la tierra significa mucho, pero al mismo tiempo deben darse las garantías de que esa tierra tenga los contenidos ancestrales que siempre la caracterizaron. No basta, entonces, el simple acto físico, que simbólicamente importa pero al que le hacen falta otros contenidos materiales.

A ese elemento social también le falta la parte de la reconciliación: muchas son las heridas abiertas y las disputas que han quedado sin clausura entre los mismos pobladores. Sobre todo el fantasma de la violencia: que vuelva a aparecer y esta vez se coma vivos y por completo a los habitantes. También cuidarnos de esos ecos que ya se han oído por parte de quienes no querían la declaratoria de protección por parte del Gobierno.

Es, sí, un regalo de Navidad. Pero viene cargado con un montón de compromisos para 2015. Ya veremos si este lugar se puede volver, como mencionábamos ayer, un santuario natural y un oasis de paz.

Por El Espectador

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