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¿Revolución educativa?

La noticia le ha dado la vuelta al país en muy poco tiempo generando un intenso y (a ratos) provechoso debate.

El Espectador
24 de enero de 2015 - 04:52 p. m.

 En resumidas cuentas, hoy hay 10.080 estudiantes excepcionales de escasos recursos entrando por la puerta grande de las aulas universitarias más prestigiosas de Colombia, por cuenta de un desembolso que el Ministerio de Educación ha llamado: Ser Pilo Paga. Los mejores van a las mejores. De parte y parte, los argumentos no se han hecho esperar.

Si es o no una revolución educativa estará por verse. Por ahora, más que una política pública estructurada, se trata de un experimento arriesgado (y lo decimos en el sentido menos peyorativo que la palabra tiene) del que se pueden sacar insumos importantes para las próximas reformas que trate de emprender el Estado colombiano. Por ahora, asimismo, es una política de gobierno. Vamos a ver si tiene la fuerza para transformarse en una tendencia estatal mucho más grande.

Miremos lo positivo, primero. Es, sin duda, un cambio de 10.080 realidades. La mayoría de estudiantes eligió, por demás, universidades privadas que jamás podrían pagar en un escenario regular. En eso que los expertos llaman statu quo. Ahí vimos entrevistados a los estudiantes que entrarán a la Universidad de los Andes, por ejemplo, donde toma clase la élite de este país: “El choque tan drástico de donde vengo a lo que vengo. Es un choque muy brusco en todo, en cuanto a cultura, en cuanto a pensamientos, pero es algo que se superará con el tiempo”, dice uno de los beneficiados.

Este joven supo cristalizar en un puñado de palabras lo más deseable de toda esta iniciativa: que los estudiantes colombianos, provengan de donde provengan, puedan compartir escenarios académicos en los cuales el aprendizaje sea mutuo. Que pese a las diferencias se traten como iguales. Que la tolerancia termine por llenar las aulas: si esto sirve y crece y se reproduce tendremos un país mejor. Entonces, sí, habría un cambio no ya de 10.080 realidades, sino de la sociedad toda. Ahí radica la inmensa responsabilidad social que los estudiantes cargan a cuestas.

Ahora bien, este experimento trae a su turno varias preguntas. Si este Ser Pilo Paga quiere ser exitoso a largo plazo deberá aceptar muy rápidamente las objeciones razonables. E intentar resolverlas en el menor tiempo posible. Si bien no es una política pública, debe tener un seguimiento acorde con esa naturaleza: datos, tasas de deserción, factores que la evidencian, aprendizajes, resultados. Y acción para ir haciendo ajustes conforme se vayan identificando —y midiendo— dificultades. Que a estos muchachos les vaya bien es un reto de todos.

En primera medida, claro, están las propias universidades: ¿cómo generar un ambiente de tolerancia entre los estudiantes? ¿Cómo actuar cuando a uno de estos becados se le quiten las ganas de estudiar la carrera que escogió y quiera pasar a otra? ¿Qué sucede si pierde una materia? ¿Cómo desarrollar una política interna que lo ponga en las mismas condiciones de quien sí puede cubrir el excedente en la matrícula que generan estas decisiones? Y así.

Por otro lado (y es un debate aparte) está el tema de la preferencia hacia las universidades privadas: sobre la educación superior pública habrá que dar una discusión larga y honda. No solamente acerca de sus exámenes particulares que se levantan como otro reto luego de las pruebas de Estado, sino además sobre ese mensaje poderoso que estos jóvenes han lanzado al escoger a las privadas. Síntoma y diagnóstico hay en ese mensaje.

Tal vez esta no sea una revolución. Pero sí parece un buen camino para llegar a ella. Todos debemos estar pendientes de su desarrollo. 

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Por El Espectador

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