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Rueda el balón

Definir lo que significó ayer el pitazo inicial del Mundial de Fútbol para los millones de fanáticos alrededor del mundo es tarea difícil.

El Espectador
13 de junio de 2014 - 03:18 a. m.

 Fiesta, alegría, compromiso, pundonor, apoyo, goce, sufrimiento y un largo etcétera son algunas de las palabras que acompañarán durante las próximas semanas a todos aquellos que, pegados a un televisor, vivirán un sentimiento común: la pasión.

De ahí que no sólo en Brasil, país cuyo nombre de por sí evoca precisamente las pasiones desatadas del fútbol y del carnaval, sino en cada lugar donde haya hinchas, cada noventa minutos de juego serán eternos y a la vez muy breves una vez haya concluido el evento. Bien sea que se haga barra por su propia selección nacional, como lo haremos desde mañana todos los colombianos como si fuéramos uno solo frente a Grecia, hasta los seguidores a distancia de los grandes equipos, todos por igual seremos víctimas de la fiebre mundialista.

Y una vez que el árbitro da la señal y comienza a rodar el balón, parecen desaparecer los problemas de la vida diaria. Al respecto hay una anécdota que se recuerda al conmemorarse por estos días los cien años del comienzo de la Primera Guerra Mundial, pues en diciembre de 1914 soldados franceses y alemanes pactaron una tregua y, olvidando por noventa minutos los motivos de la confrontación, salieron de sus trincheras para jugar un “picadito”.

Sin embargo, para este Mundial las cosas no han sido tan así. El año pasado, con motivo de la realización de la Copa Confederaciones, en Brasil se iniciaron unas protestas callejeras que han congregado desde entonces a miles de personas a lo largo y ancho del país. Ciudadanos de diferentes edades, condición social o ideas políticas han hecho escuchar sus voces ya no para animar a su equipo, sino para criticar el gasto público invertido en el evento, que se calcula en unos US$13 mil millones. No sólo en construcción o adecuación de estadios, sino en aeropuertos, obras viales y demás. Denuncian que dicho dinero ha debido emplearse mejor en sanidad, educación y transporte.

No deja de ser una paradoja que esto suceda con nuestro vecino. Tanto Lula da Silva en su momento, como la actual mandataria Dilma Roussef, han sido consecuentes con lo prometido a sus electores, en especial en cuanto hace a sus postulados sociales de campaña, lo que les ha permitido sacar a más del 40% de las personas que vivían en condiciones de pobreza para acceder a las ventajas de la clase media. Sin embargo, y como lo recordara en estos días el expresidente español Felipe González, ese hecho ha llevado a que quienes ahora pagan impuestos y cuentan con mayores niveles de educación y esperanzas de inclusión social sean mucho más críticos con los gobernantes. Exigen, no sin razón, que los servicios públicos tengan mayores niveles de calidad que compensen los aportes que realizan al fisco.

Que Brasil ocupe un lugar prioritario entre las principales economías del mundo no implica necesariamente que las reconocidas mejoras sociales alcanzadas vengan acompañadas de una mejora en todos los espacios de su calidad de vida. Y en el río revuelto de las manifestaciones muchos aprovechan para presionar tanto al Gobierno Federal, como a los estatales y municipales, en busca de mejoras salariales. Mientras los trabajadores del metro de São Paulo levantaron la protesta ayer por el comienzo del Mundial, dicen que continuarán si no se satisfacen algunas demandas laborales. En Río de Janeiro son los trabajadores del aeropuerto, en Natal los conductores de bus y en Fortaleza los policías de tránsito.

Algunos analistas consideran que conforme la Canarinha vaya yendo bien en lo deportivo, irán decreciendo las protestas. Es probable. Pero así como allá el fútbol ocupa el primer lugar en materia de prioridades, aquí no debemos olvidar que tras los que esperamos sea una victoria ante Grecia, el domingo hay que cumplir con el derecho y el deber de votar.

Por El Espectador

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