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La sabana de Bogotá, un proyecto nacional

El destino de la Sabana de Bogotá estuvo marcado desde que se la bautizó, sin identidad propia, como espacio que le pertenece a la capital.

El Espectador
01 de noviembre de 2014 - 02:49 a. m.

 La Ley 99 de 1991, por la cual se crearon el Ministerio del Ambiente y el Sistema Nacional Ambiental, la definió como territorio de “especial interés ecológico”, interpretado como la preeminencia al uso del suelo agropecuario y forestal.

Pieza jurídica que denota con dramatismo la distancia entre el deseo del legislador y la realidad política y económica del territorio. En los últimos veinte años, los espacios verdes que cubren algunos de los suelos con mayor aptitud de uso agrícola no han cesado de urbanizarse.

Antes de la autonomía municipal consagrada en la Constitución de 1991, el cambio de uso de la tierra estuvo parcialmente controlado por la CAR. Hoy, cada municipio define en su Plan de Ordenamiento áreas rurales, urbanas e industriales. Un puñado define áreas de conservación y en algunos casos se protegen los cerros, mientras en otros no. No hay una estructura ecológica para los ríos de la región, que atraviesan numerosos municipios.

La urbanización se da en los cascos municipales, no siempre bien definidos, y en los cruces de carreteras, con nombres menos conocidos, como por ejemplo Cartagenita, La Punta y Puente de Piedra. Impresiona la baja calidad urbanística de los industriales de Tocancipá-Gachancipá, y Cota-Mosquera. La nueva autopista en el oriente jalonará la urbanización del valle de Sopó. Resulta ya insuficiente la tardía integración administrativa sólo entre Bogotá y Soacha, cuando el fenómeno urbano de carácter regional es jalonado por el modelo de desarrollo nacional. Se hace necesaria, al día de hoy, un área metropolitana con todos los municipios de la Sabana y, al tenor de la Ley 1454, una región administrativa especial, RAPE, para la coordinación de las obras que existen entre los departamentos.

La Sabana, durante mucho tiempo, fue de aquella Bogotá detenida en el tiempo colonial. Por eso pudo imaginarse como un espacio idílico. Pero hoy la Sabana es de la nueva Bogotá: centro y nodo principal del nuevo país. Por eso hay que dar la bienvenida a la región urbana de Bogotá para hacer posible el enfrentamiento con los retos del siglo XXI.

Un conglomerado urbano-regional, policéntrico, ecológicamente estructurado, con amplios espacios agrícolas y áreas naturales protegidas extensas e interconectadas, que sustenten la calidad de vida y la adaptación al cambio climático.

Es por eso urgente inscribir la gran región urbana en formación dentro de un proyecto ecológico. No es poco lo que está en juego. Lamentablemente, el futuro más probable se dibuja en la conurbación de la ciudad de México: la vulnerabilidad social y ambiental que estamos construyendo sería máxima.

No es sino apreciar el enorme riesgo ambiental del gran conglomerado urbano de São Paulo por las anomalías climáticas. Aquí, a 2.600 metros más lejos del mar, todavía estamos a tiempo de evitar una megalópolis vulnerable. El interés ecológico de la nueva sabana de Bogotá, que ya no es sólo agrícola y forestal, ni intermunicipal, debe concitar un gran proyecto nacional.

Por El Espectador

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