La nueva forma de afrontar la vecindad no implica pasar de agache ante las divergencias propias de la relación bilateral, sino más bien encararlas, sin descuidar sus grandes potencialidades. No es una tarea fácil, pero el encarrilamiento logrado hasta ahora demuestra que se transita por el camino correcto.
¿Cómo valorar entonces los resultados del pasado encuentro presidencial? Ocho acuerdos en materia de comercio, ciencia y tecnología, industrias básicas e intermedias, energía y cultura son una buena respuesta a dicho interrogante. Con el agregado de las palabras que de manera enfática pronunció el mandatario del país vecino, al decir que “aquí en Venezuela, mi gobierno, nosotros, ni avalamos ni apoyamos ni apoyaremos presencia de ningún grupo, llámese como se llame: guerrilla, terroristas, narcotráfico, delincuentes ni de nada de eso”. La declaración, en principio, es alentadora a pesar de que persiste un cierto escepticismo en algunos sectores del país que prefieren aplicar el beneficio de inventario. Los hechos pasados, en los cuales se alabó a la guerrilla desde Caracas, no se olvidan fácilmente. Sin embargo la “coincidencia” de la captura y entrega de alias Valenciano es un buen precedente que se suma a otras entregas en lo que va corrido de la administración Santos. En este campo serán los hechos futuros los que digan quién tiene la razón.
En materia de integración y comercio vale la pena recordar que cuando, a finales a la década de los ochenta, se habló de la necesidad de “desgolfizar” la relación y potenciar la integración, se adoptaron entonces mecanismos válidos para llevarlo a cabo, sin dejar de lado los temas conflictivos. Tanto así que el presidente Santos recordó recientemente que él mismo, como ministro, firmó el primer acuerdo comercial que terminaría por elevar el comercio binacional de US$300 millones a US$7.000 millones en 2009. Pero de ser el segundo socio comercial para Colombia, Venezuela pasó a representar el año anterior tan sólo el 2,8% de las exportaciones colombianas, debido a la tirantez en materia de seguridad. De ahí que el nuevo entendimiento que iniciaron los dos mandatarios en Santa Marta el año anterior ya tenga resultados concretos. Se ha pagado la mayoría de la deuda a los exportadores colombianos. Se acaba de firmar un acuerdo que permite reemplazar las preferencias arancelarias a 3.500 productos luego del retiro de Venezuela de la Comunidad Andina (CAN), lo que es un paso importante hacia una definitiva apertura comercial.
De otro lado, en materia energética se pactaron la construcción de un oleoducto entre el país vecino y Tumaco, asegurando la salida del crudo al Pacífico; la extensión de un gasoducto a Panamá y Ecuador; la exploración conjunta de crudo pesado en Venezuela; una termoeléctrica que beneficiará a Puerto Inírida y a San Fernando de Atabapo; la compra de 50 mil cabezas de ganado en Colombia, y otros temas más relacionados con medicamentos genéricos, formaletas de aluminio, electrodomésticos y compra de caña a Norte de Santander.
Si, como lo dijo el presidente Santos, la integración busca beneficiar por igual a los pueblos, los acuerdos logrados van a permitir no sólo potenciar el intercambio económico y comercial, sino que van a beneficiar de manera directa a los ciudadanos de ambos países. Es claro que existen obvias diferencias entre los modelos políticos y económicos a ambos lados de la frontera, pero el reto radica precisamente en fortalecer la vecindad a pesar de ellas.
Los hechos demuestran, pues, que sin descuidar la seguridad se avanza de manera lenta pero segura a pesar de que, como lo dijera Chávez, “existen descarriladores de la comarca interesados en desunir a los países”.