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Sin polo a tierra

Antonio Navarro Wolff, ese excelente político, símbolo máximo (tal vez al mismo nivel del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro) de que en este país alguien sí puede deponer las armas y encauzar su lucha ideológica a través de las vías legales y democráticas, hizo pública su renuncia a la Secretaría de Gobierno de Bogotá el día viernes.

El Espectador
02 de abril de 2012 - 01:00 a. m.

Salió a desmentir todo, pero, al mismo tiempo, a no decir nada: que no está peleando con Petro, que no tiene problemas de salud, sino que renuncia por “asuntos personales”. A menos que sean demasiado privados, no se entiende por qué no hay una explicación a una ciudadanía que, con los días que pasan, luce más y más desconcertada con la forma peculiar de su alcalde para gobernar una ciudad compungida por cuenta de la administración pasada.

Las “improvisaciones” de que se acusa a Petro le han generado una fuerte pelea, muy similar por cierto a la que causó las primeras oposiciones y malestares contra el exalcalde —hoy detenido, a prevención, por corrupción— Samuel Moreno, quien al igual que su sucesor se defendía —y aún hoy se defiende— acusando una conspiración de intereses contra su planteamiento de izquierda.

Petro plantea su defensa a través de su instrumento virtual de Twitter, haciendo gala de una modalidad (que está siendo estudiada en otros países, no sobra decirlo) de la llamada “gobernanza 2.0”. Del alcalde en tiempo real, que actúa de frente y de la mano con sus ciudadanos. Que anuncia sus políticas por esta vía y que, claro, genera confusión no sólo en la ciudadanía, sino a veces en sus mismos funcionarios. Petro es un hombre de avanzada, que muchas veces descuida los protocolos presentes para adelantarse a todo: recordemos su discurso de llegada a la Alcaldía, hablando ya de una expansión nacional. Esto, las más de las veces, genera desconcierto en sus gobernados. Genera inseguridad.

Uno de sus funcionarios, el más importante simbólicamente, renunció. Aun cuando las especulaciones pululan, no se sabe con certeza por qué Petro y Navarro, pese a ser amigos y compartir mil batallas juntos, terminaron separados. Antonio Navarro, mucho más aplomado, conciliador y experimentado en gobernar. Gustavo Petro, mucho más arrojado a una agenda de ser progresista en todos los aspectos. Más terco, si cabe la expresión.

Quizás esas diferencias provocaron la separación amigable, antes de que deviniera en pelea irreconciliable. Pero sea cual fuere la razón, lo cierto es que, con esta renuncia, pierden la Alcaldía, Petro y Bogotá. Ese hombre temperado que es Navarro, con su experiencia, era el polo a tierra del gobierno distrital. Tanto a nivel simbólico como material.

Así, más allá de ese afectuoso abrazo de despedida, los ciudadanos con razón se preguntan ¿qué va a pasar con Bogotá? En este momento la renuncia cae como un balde de agua fría. Falta esperar la respuesta del alcalde Petro y confiar que su Alcaldía no se desmorone en las manos de un equipo lejano a la experiencia ejecutiva. Lo mejor en estos momentos es apelar a un hombre del mismo perfil: una persona con una experiencia amplia en temas de gobernanza (por ahora, la antigua, mientras se perfecciona la 2.0 que todavía luce inmadura), de gestión pública de calidad y que conozca los problemas de la ciudad de una forma completa.

Pese a que la oposición contra el alcalde crece con los días, el debate debe permanecer más por el lado de lo que es conveniente para la ciudad de Bogotá. Por tanto, la ficha de Petro debe ser movida de una forma inteligente y pausada. Un poco de ponderación y paciencia no le vendría mal en este momento. Y entender que la voz de la experiencia y el aplomo es necesaria y no afecta, sino antes bien contribuye a su proyecto de ciudad, cualquiera que él sea.

Por El Espectador

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