La soledad ambiental del alcalde

En su aislamiento, el alcalde Enrique Peñalosa está consolidando un movimiento académico y ambientalista en su contra.

El Espectador
28 de agosto de 2016 - 09:00 p. m.
La segunda administración de Enrique Peñalosa se parece a la primera en el rechazo que está causando entre los ambientalistas.
La segunda administración de Enrique Peñalosa se parece a la primera en el rechazo que está causando entre los ambientalistas.

Las ideas del alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, tienen potencial ambiental, pero la manera en que han sido propuestas, y la forma en que pretenden ser ejecutadas, convierten a los ambientalistas en sus primeros detractores. Lo paradójico es que al menos una parte de ellos, los más conciliadores, podrían ser sus aliados. Pero hay un discurso y una historia que no le ayudan al alcalde.

En su primera administración, numerosas demandas sobre su visión de intervención en los humedales de la capital dieron como resultado una colección de conflictos que fueron dirimidos en su contra en los tribunales y llevaron al fortalecimiento de un movimiento ambiental hoy reconocido a nivel internacional. Y el alcalde no ha cambiado de estrategia para su segundo mandato.

El caso más sonado es la negación del sustento científico de la reserva Thomas van der Hammen. Qué fácil sería decir: “Señores ambientalistas, es insuficiente justificar una reserva en borde urbano sólo por sus menguados valores de conservación. Los invito a que construyamos allí un gran parque natural urbano. No con base en la visión de la naturaleza salvaje que le molesta, sino como un gran proyecto de parque natural urbano, de talla mundial. Incluso en esas más de 1.500 hectáreas podría llegarse a un compromiso con algún desarrollo urbano.

Tampoco es necesario vender un proyecto de ingeniería en los cerros orientales con función panorámica y de cortafuegos. De hecho, su inclusión en el Plan de Manejo de la Reserva fue denegada. Más fácil sería reconocer que en la reserva oriental existen cientos de kilómetros de senderos, que carecen de un plan de uso público. De hecho, ya comienzan a aparecer conflictos de uso por las multitudes en la quebrada La Vieja.

Tampoco se entiende que siga cerrado el camino a Monserrate. Que el alcalde no olvide que existe una propuesta con marca, el “Sendero ecológico recreativo”, de la Fundación Cerros Orientales, que es legítimo, validado y que carece de su respaldo.

Igualmente, la función de cortafuegos podría, a mucho menor costo, ser suplida por un amplio programa de restauración ecológica. El carácter de área natural protegida de los cerros permitiría desarrollar una red de senderos duros, semiduros y silvestres bien organizada, ligados con un programa de restauración y renaturalización, que satisfacería legítimamente todos los usos que pretende promover.

Para completar, está el empeño de la Alcaldía por presentar un gran malecón en ambas orillas del río Bogotá. Bastaría con una propuesta mixta, que combine renaturalización en la otra orilla y urbanismo de calidad en la orilla hoy urbana. Sería, una vez descontaminado, un hermoso río urbano. No hablemos de venados y cisnes, la fauna nativa ha demostrado que tiene capacidad de regresar, sobre todo en los humedales que no fueron intervenidos durante su primera administración.

Todas estas son ideas que podrían discutirse, cambiando la hostilidad que se ha generado desde la llegada del alcalde. En su aislamiento, Enrique Peñalosa está, nuevamente, consolidando un movimiento académico y ambientalista en su contra. Pierde la ciudad y pierde la administración.

 

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