Sostenibilidad después de la guerra

Con el posconflicto viene de la mano una pregunta compleja sobre cómo aprovechar el desarrollo que produce la pacificación de las zonas antes carentes de influencia estatal sin que esto signifique un desastre en términos de sostenibilidad y ambiente. Sin duda, se abren oportunidades, pero no llegarán solas.

El Espectador
17 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

El Gobierno ha insistido, no sin razón, en que el Acuerdo de Paz traerá muy importantes “dividendos ambientales”. Ha sido claro su planteamiento sobre los costos ambientales directos evitados por la desaparición del conflicto y las oportunidades que surgen cuando el país se abre hacia el mundo como un gran destino ecoturístico. Sobre estos puntos no hay discusión. Sin embargo, hay motivos para ir con cautela, pues la fiebre de inversiones no puede ignorar una frágil realidad ambiental.

Hace poco, la revista Nature Ecology and Evolution, considerada la más importante del mundo en su género, publicó un especial titulado “Haciendo verde la paz”, donde investigadores del Instituto Humboldt, las universidades de Columbia y Temple Filadelfia, la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes y la Universidad de Cook, entre otros, se plantean preguntas sobre cómo cuidar la biodiversidad del país en el posconflicto. Los investigadores advierten que los beneficios de los que habla el Gobierno no se darán solos, pues para que la biodiversidad pueda ser un activo social en el posconflicto, dependemos, en términos generales, de lo que nos dejó la guerra y de las políticas y acciones que sigan.

En ese sentido, si bien no se han documentado pérdidas de biodiversidad en términos de pervivencia de especies, los ecosistemas sí han sufrido en las regiones. Un millón de hectáreas de bosques perdidas por la guerra no es poco. Los investigadores caracterizan la “biodiversidad en los paisajes del conflicto” como extensos mosaicos de la tierra con algo de bosques maduros, rondas de ríos en parte forestadas, bosques de segundo crecimiento y zonas de cultivos abandonados. Señalan que este patrón actual, si bien no corresponde con un paisaje que refleje sostenibilidad, sí puede considerarse como un punto de partida para una recuperación suficiente de los recursos ambientales. No estaríamos frente a un daño irreversible, lo cual es una buena noticia.

Por eso, la sola consideración de la construcción de carreteras o la pérdida de la batalla contra la minería ilegal, por dar dos ejemplos de presión inmediata, podrían dar al traste con este potencial. En el discurso del posconflicto no hay un balance mínimo entre los beneficios ambientales y el riesgo en que estarían los ecosistemas, especialmente cuando el modelo de desarrollo para la paz no ha definido de forma explícita y suficiente un papel para la biodiversidad en el territorio. Argumentan los autores que una gran parte de la biodiversidad está en juego, en medio de una transición social y ecológica que todavía no muestra suficientes evidencias de ser benévola con la biodiversidad que dejó la guerra. El artículo muestra con claridad un ejemplo que sirve de advertencia: la enorme deforestación que trajo la pacificación en San Martín en Perú.

Todo esto es un llamado al Gobierno para que, más allá de reconocer prematuramente como beneficio lo que hasta ahora son solo oportunidades, se comprometa en serio en una visión de sostenibilidad en la Colombia que quiere incorporarse a la paz. Dejar este cabo suelto hace que disminuyan día a día, literalmente, las oportunidades. Nada de ello podría hacerse sin una inversión en la ciencia y el conocimiento, tema en el que todo indica que vamos en el sentido contrario. Esta bien hablar de cómo aprovechar el ecoturismo en los parques naturales, pero también de todas las medidas necesarias para garantizar que sobrevivan y sirvan de reserva ambiental para Colombia y el mundo. Los dividendos de la paz están en alto riesgo. No basta con la firma de un acuerdo y los discursos de buena voluntad.

 

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