La trampa rusa

Es momento de que hagamos reflexiones sinceras sobre la incongruencia entre los valores que profesan los países en democracias liberales, y lo que en la práctica termina ocurriendo.

El Espectador
29 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.
¿Cómo es posible que una conspiración tan elaborada, con colaboración de agentes del Estado, haya pasado bajo las narices del Kremlin justo mientras se encargaba de organizar los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi 2014?  / Foto: EFE
¿Cómo es posible que una conspiración tan elaborada, con colaboración de agentes del Estado, haya pasado bajo las narices del Kremlin justo mientras se encargaba de organizar los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi 2014? / Foto: EFE

Uno de los escándalos más importantes del año que termina, y que todavía sigue modificando retroactivamente los resultados de las pasadas competiciones olímpicas, fue el relacionado con el dopaje de los deportistas y las ayudas que éstos recibieron de ciertas autoridades para saltarse las reglas. Rusia estuvo en el centro de las denuncias, lo que le significó serias sanciones que hoy la tienen aislada de ciertas competencias. Gracias a un artículo publicado recientemente en The New York Times, se puede entender la magnitud de lo ocurrido, y resurgen preguntas sobre los discursos que están dominando el mundo.

Los hallazgos empezaron en mayo, cuando Grigory Rodchenkov, exjefe del laboratorio antidopaje de Rusia, publicó una confesión también en The New York Times detallando cómo los deportistas de su país, apoyados por las autoridades, hicieron trampa para saltarse las regulaciones. Eso desencadenó sanciones contra la delegación rusa: hay cerca de 650 atletas acusados de fraude, los corredores de ese país tienen prohibido participar en competencias y las operaciones antidopaje realizadas en Rusia no tienen certificación, lo que afecta directamente la posibilidad de volver a ser sede de unos Juegos Olímpicos, algo que ha sido un interés claro de la administración de Vladimir Putin.

Hasta ahora, y pese a las decisiones internacionales en su contra, el discurso oficial de Rusia había sido negar lo ocurrido. Por eso la entrevista publicada recientemente es tan diciente. “Fue una conspiración institucional”, dijo Anna Antseliovich, directora actual de la Agencia Nacional Antidopaje de Rusia, refiriéndose a cómo miembros del Servicio Federal de Seguridad (sucesor de la KGB) ayudaron a romper los recipientes sellados para intercambiar las muestras de orina. No obstante, dice Antseliovich, el Kremlin no tuvo nada que ver y se trató de una operación a escondidas.

Por su parte, Vitaly Smirnov, nombrado por Putin para ayudar a limpiar el nombre de las agencias antidopaje, dijo que es probable que lo mismo haya ocurrido en otras olimpiadas y que es apenas normal que los deportistas rusos hayan querido doparse, pues no podían competir con los atletas occidentales, quienes reciben permisos de usar sustancias prohibidas por condiciones médicas.

El 2016 fue el año en que Rusia recuperó buena parte de su influencia política, por lo que es de especial interés ver cómo responde a este tipo de escándalos. Más allá de la intención de limpiar la imagen nacional, un fin noble que por supuesto cualquier país puede perseguir, son varios los comentarios que pueden hacerse a las declaraciones de los oficiales de ese país.

Primero, ¿cómo es posible que una conspiración tan elaborada, con colaboración de agentes del Estado, haya pasado bajo las narices del Kremlin justo mientras se encargaba de organizar los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi 2014? ¿Por qué la insistencia en seguir adelante sin encontrar a los responsables?

Segundo, es verdad que los problemas de dopaje no sólo se han presentado con deportistas rusos, y es momento de que hagamos reflexiones sinceras sobre la incongruencia entre los valores que profesan los países en democracias liberales, y lo que en la práctica termina ocurriendo. La incoherencia está siendo una herramienta útil para que se posicionen los discursos que van en contra de las libertades, y ya hemos visto lo que han logrado en varios países gracias a los cantos del populismo.

Este caso, particular del deporte, es muestra de un mundo inestable, lleno de malas mañas e incapaz de enderezar su rumbo. Sólo queda la confianza en que los investigadores, comprometidos con la búsqueda de la verdad, puedan rendir cuentas y contar lo que pasó, para que se refuerce la confianza en las competiciones.

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