Un vacío

Es evidente que el tema de la regulación de los grafitis en Bogotá (quién puede hacerlos y en dónde) está en medio de un vacío: podemos verlo en sus normas amplias, las cuales definen con bastante vaguedad cosas sustanciales que deberían tratarse con mucha más especificidad.

El Espectador
15 de abril de 2014 - 09:17 p. m.

Pero también está en los hechos que las autoridades nos permiten ver, caóticos e incoherentes todos. Después de tener una Alcaldía que promovía (discursivamente, sobre todo) el arte callejero como la expresión ciudadana que es, nos encontramos atónitos al no ver un criterio claro que fije la forma en que esta adquiere materialidad. Mucho más allá de saber que se trata de una expresión válida, todo es un caos. Desde siempre. Desde cuando estaba el representante de esta tendencia, el destituido alcalde Gustavo Petro, hasta hoy, cuando lo reemplaza momentáneamente el ministro de Trabajo, Rafael Pardo.

Entonces, a la par de que un joven grafitero, de nombre Diego Felipe Becerra, es muerto a tiros en el norte de Bogotá por un agente de la Policía, el cantante canadiense Justin Bieber es escoltado por la misma Policía haciendo exactamente lo mismo pero en 40 metros de la calle 26. Ahora, atónitos, vemos cómo unos autoproclamados ‘neonazis’ escriben (con un CAI móvil al lado) sobre un mural dedicado a las víctimas del partido de la Unión Patriótica. Aída Avella, candidata a la Vicepresidencia y víctima también de esa violencia asesina que exterminó a la UP hace 20 años, se quejó con razón. ¿O sin ella? No sabemos. Pero hay más: el alcalde encargado, hace solo un par de semanas, ordenó que se borrarán varios dibujos realizados en unos lugares supuestamente autorizados. ¿O no estaban autorizados? Bueno, no sabemos.

Llegó la hora de emprender dos acciones en concreto, para ver si desde la capital podemos promover una política pública seria frente a esta realidad del arte callejero. Lo primero es saber con claridad que el grafiti (los distintos tipos que hay) sí es una expresión ciudadana, una forma de ubicar en el mundo el sentir de una persona. Y, por lo tanto, es válido. Debemos entender, poco a poco, que la ciudad también puede ser adornada por los mismos ciudadanos que coexisten en ella. Que eso, al final, puede generar un espacio de cohesión entre los miembros de un centro urbano.

Y lo segundo es fijar de manera clara y con precisión dónde es que puede hacerse y bajo qué circunstancias. ¿Qué dicen las normas? Hay dos que regulan el tema: el Acuerdo 482 de 2011 y el Decreto 075 de 2013, ambas bastante amplias. Ahí podemos ver definiciones de palabras, estrategias pedagógicas que se planearán, lugares no autorizados, prohibiciones vagas. Nada concreto. Nada que un ciudadano corriente que quiera hacer un dibujo en una pared pueda entender de forma expedita.

¿Y las autoridades? Por un lado, el Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público, que puede dar permisos especiales para pintar partes privadas. Por el otro, el Instituto de Desarrollo Urbano, que está ahí para lo mismo, pero cuando se trate, por ejemplo, de la malla vial. Mucha esquizofrenia en el tema, que es lo que, en últimas, genera la confusión y el malestar.

Tienen la palabra entonces nuestras autoridades, quienes no pueden traslapar así sus acciones confundiendo a una porción de la ciudadanía que está ávida por expresarse y muchas veces no puede.

Por El Espectador

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