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La unidad del Polo

CUANDO SE PRESAGIABA QUE LA YA prolongada historia del Polo Democrático Alternativo (PDA) —con sus muchas transformaciones, disidencias, cambios de nombres y de liderazgo— podía terminar en la división definitiva durante su congreso nacional, celebrado la semana pasada, sucedió todo lo contrario: las posiciones que lucían irreconciliables entre las dos fuerzas mayoritarias —el sector comandado por la presidenta del partido, Clara López, y el que lidera el senador Jorge Robledo— terminaron encontrando principios generales para poder convivir dentro del mismo partido.

El Espectador
22 de mayo de 2015 - 04:30 a. m.

Quizás sea pronto para cantar victoria sobre la solidez de un proyecto unificado de izquierda democrática, después de tantos fracasos y de las diferencias que siguen existiendo en su interior en temas centrales de la vida nacional. Pero lo que ha sucedido en el PDA este año —con una muy alta participación para la elección de los delegados a este Congreso y, ahora, con la apertura a los debates políticos e ideológicos con la meta puesta en el fortalecimiento institucional antes que en tratar de imponer voluntades con precarias mayorías— representa un ejemplo —y una envidia, hay que decirlo— para el camino que recorren hoy los centenarios partidos tradicionales que forjaron la República.
 
No eran menores los asuntos que debían definir: ¿cómo conciliar un partido de oposición que es, sin embargo, incondicional con el proyecto principal del Gobierno: el proceso de paz? Y, a la par, siendo ese de la paz un asunto definitorio en las elecciones de octubre, ¿bajo qué reglas hacer alianzas en las regiones? Al final, ese norte del partido les permitió llegar a acuerdos aceptables para todos: 1) Apoyar la paz, mantener la oposición. 2) Candidatos propios pero libres para concitar apoyos, y no sólo de la izquierda.
 
No pretendemos, ni mucho menos, adherir aquí a las posiciones ideológicas o a las propuestas de política pública del PDA —sobre las cuales tenemos suficientes reservas—, pero sí destacar la importancia que este proceso democrático interno tiene para el fortalecimiento institucional de este país. En medio del desprecio popular hacia la política, que un partido todavía en formación asuma riesgos y se despoje de caudillismos personalistas para defender su unidad y su coherencia señala una ruta de evolución política que los demás deberían imitar. Unos partidos fuertes son la herramienta más poderosa contra el caos.
 
Pero además, que la izquierda que ha batallado por la vía legal por reivindicaciones sociales que para otros han sido excusa para blandir las armas logre una unidad de propósitos es trascendental en este preciso momento en que se aspira a abolir la violencia en la política con el proceso de paz. El Polo puede ser ejemplo también de lo que puede lograr un proyecto de izquierda en la lucha democrática legal. Difícil discernir si una eventual guerrilla desmovilizada quepa en ese proyecto; quizás no, pero el PDA sí puede ser un taladro que logre abrir el cerrado círculo de poder colombiano en un eventual escenario de posconflicto.
 
Claro, para que todo eso sea posible, el PDA tendrá que avanzar en la concepción de políticas públicas y, sobre todo, en su ejecución en el mundo real, para ser una verdadera opción de poder. Aprender del desastre que ha representado para países cercanos, e incluso para Bogotá, bajo su manejo en buena parte, el no prepararse para ejecutar lo que en el discurso suena tan bonito, para impedir que la corrupción los desborde, para pelear realmente por el poder con la seriedad y sobriedad con que han llevado este año su proceso de fortalecimiento interno. Es posible, y conveniente.
 
 
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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