Y los artistas ¿qué?

El 3 de noviembre pasado Aerosmith sacudió a Bogotá en un concierto memorable con el que trataba de complacer al público en todo momento. Esas almas agitadas no tenían idea de que casi se quedan sin ver a la banda de Boston.

El Espectador
11 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

Lo supimos todos, días después, gracias a una entrevista que en La W Radio le dio el empresario de conciertos Ricardo Leyva a Julio Sánchez Cristo.

Contó Leyva que el concierto estuvo a punto de ser cancelado por el cobro previo que hizo la Asociación de Cantantes y Compositores (Sayco) sobre un porcentaje del total de la boletería. Pese a la fama mundial de la banda, no todas las boletas se pudieron vender y, a juicio de Leyva, la agrupación casi no pudo salir sino hasta que su empresa dio un cheque de garantía. En la creciente ola de conciertos de bandas que hace diez años ni siquiera se asomaban a nuestra frontera, es un hecho increíble que algo como esto esté pasando.

Sayco es una asociación que se encarga de regular y cobrar derechos por interpretar, hacer sonar o reproducir la música de distintos artistas. El fin mismo de la empresa es proteger los derechos de autor inherentes a la vida útil de un artista y que deben ser reconocidos por la ley (la reproducción en discotecas, bares, programas de televisión, entre otras). Es, a fin de cuentas, una dependencia del Gobierno que se encarga de recaudar un dinero con el fin de proteger a los artistas. Teniendo esto último en cuenta, y animados por la noticia, los periodistas de La W se dieron a la tarea de realizar una serie de entrevistas con varios artistas nacionales para preguntarles si la empresa les está dando algún dinero del recaudo que hacían.

Algunos dicen que sí, algo lógico: es sencillamente el debido cumplimiento de la ley. Pero muchos otros dicen que no, y esta es una situación grave para los artistas. Los familiares de Lucho Bermúdez aseguran que tienen demandada a Sayco por $17 mil millones, suma aún no cancelada, por motivo de 15 años de reproducciones de su obra que están en ceros para sus familiares. Y como ellos, muchos más: por ejemplo, Ricardo Palacio (autor del himno del Club Deportivo La Equidad, reproducido cientos de veces al año) o Wilson Choperena, doliente con la misma queja.

No es un problema, entonces, de los artistas que se sostienen a sí mismos (sea el caso de la banda Aerosmith) sino de los emergentes, que a veces suenan en la radio, y de los que, por momentos, su música se reproduce en un bar o una discoteca. ¿Cómo hacen para sobrevivir por sus derechos en una época en que las canciones se descargan gratis en la red o se oyen momentáneamente en algún canal virtual de videos? Hay testimonios de personas inmersas en el sector musical que dicen que la culpa es sobre todo de los artistas, por no conocer los lineamientos normativos internos de Sayco para tener acceso a los beneficios.

Haciendo cuentas, sin embargo, es un problema por donde se lo mire. No solamente por los presuntos malos manejos y recaudos indebidos que se le endilgan a la asociación (ya una cabeza ha rodado: la del director de Derechos de Autor, Juan Carlos Monroy), sino también por cuenta del desconocimiento de los artistas, lo cual recae, de rebote, en la asociación misma.

El Gobierno ha manifestado, a través del ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, que esta situación se investigará lo antes posible. Ojalá. Porque los artistas nacionales están desamparados, no sólo por falta de apoyo —no de talento—, sino por la composición de una entidad que debería velar por sus derechos. De seguir como va, una gran piedra en el zapato de los artistas seguiría dañándoles su caminar.

Por El Espectador

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