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El 10

Antonio Casale
02 de marzo de 2015 - 03:18 a. m.

Desde hace ya varios años el volante 10 tradicional es una especie en vías de extinción en el fútbol.

El balompié europeo, de gran despliegue físico, exige que los volantes modernos sean de ida y vuelta, que sean tan buenos atletas como futbolistas, y esto se ha impregnado en Suramérica, al menos en las ligas de los países referentes del área, Brasil y Argentina.

Sin embargo, pareciera que Colombia es la ilustre excepción de la regla. La Liga colombiana es famosa en el continente porque se marca menos y se juega más. Alguno dirá que se corre menos y que por eso no nos rinde en torneos internacionales de clubes. Puede ser cierto, pero esa manera singular de jugar al fútbol en el país permite que esa exótica especie se encuentre casi de manera exclusiva en nuestras canchas. Ese volante que hace la pausa, que piensa antes de correr, que entiende que la pelota corre más y mejor que los humanos, puede encontrar aquí el paraíso. Es una cuestión de romanticismo que va más allá de los resultados, pero a la que le deberíamos otorgar mayor valor pues no tardará en imponerse el fútbol-atletismo en nuestros vetustos estadios.

No solamente son los interminables Máyer Candelo, Macnelly Torres, David Ferreira o Néider Morantes. El éxito de Ómar Pérez ha hecho que otros 10 extranjeros miren con ojos de deseo a Colombia como un lugar en el que pueden desplegar sus condiciones como antaño. Es el caso del Pocho Insúa, que en pocos juegos ha demostrado que talento le sobra y su lugar ideal está en estas tierras.

Otros volantes colombianos han ido a probar suerte al exterior y les ha costado mucho adaptarse a las exigencias físicas del mediocampista moderno. Ida y vuelta no parecen ser parte del ADN del futbolista creativo hecho aquí. Sin embargo, al volver despliegan su talento con mayor jerarquía; es el caso de Marrugo en el DIM o Estrada en el Tolima. La verdad es que es muy difícil que un equipo pretenda tener éxito en la liga local si no cuenta con un volante “diez” con características de la vieja usanza.

Entonces la pregunta es si el campeonato colombiano se tiene que acomodar a la tendencia que marca Europa o debe mantener su propia identidad. Yo creo que, aunque suene romántico, la existencia del 10 no sólo privilegia el espectáculo doméstico sino que es una costumbre que no se debe perder, es un sello que por el contrario deberíamos poner en boca del continente como motivo de orgullo.

Eso sí, en los torneos internacionales habría que buscar la manera de convertir este elemento diferenciador en una ventaja para buscar mejores resultados. La actuación de Ómar Pérez y compañía ante Colo-Colo demostró que se puede.

 

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