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El acoso y unos disparos

Reinaldo Spitaletta
14 de mayo de 2012 - 10:59 p. m.

Todos vimos al acosado que entró, mojado tras el chubasco, a la sala de conciertos, dejó al taquillero un billete sin reclamar la devuelta y se internó en la penumbra, en la que después, por su sudor y nerviosismo, iba a ser objeto de miradas furtivas y acusadoras.

Llovía en La Habana y en Bello, mientras sonaba el Allegro con brío del primer movimiento de aquella sinfonía de Beethoven “composta per festeggiare” el recuerdo de un gran hombre.

Todos sabemos que Beethoven renegó de su dedicatoria a ese “gran hombre” que de pronto pareció renunciar a los ideales de la Revolución francesa al ser coronado emperador en 1804, y entonces la cambió por la de su Alteza Serenísima el príncipe Lobkowitz, amante de la música, violinista y uno de los mecenas que tuvo el sordo genial.

Lo más extraño de la sala de conciertos era que el taquillero estaba leyendo una biografía de Beethoven, al tiempo que se iban escuchando las trompas y violines en el fondo, y no importaba la mujer del abrigo de piel de zorro que antes se había quitado delante de algunos una prenda íntima, sino la “Sinfonia Eroica”  (así, en italiano). Y leía el episodio en el que se contaba que el Sordo, un día, tras romper el busto de un poderoso, le había aclamado a la cara: “¡Príncipe: lo que sois, lo sois por la casualidad del nacimiento; pero lo que soy, lo soy por mí!”.

Estos preliminares deben sonar locos y fuera de tiesto. ¿De qué está escribiendo el columnista?, se preguntará alguno, despistado por las referencias a Alejo Carpentier y a su breve novela El acoso. Y es que, en rigor, es para quedarse grogui cuando hay reuniones de gentes, no muchas, que se congregan alrededor de un libro para discutirlo, saborearlo, interpretarlo y conversar sobre sus peripecias, estilos y escrituras. Sucedió en Bello, en su biblioteca pública, el viernes último, cuando con la Tercera de Beethoven de fondo, se departía en torno al alemán (no al paramilitar ni al perturbador de mentes), al cubano y a una de sus novelas.

Cada quince días, en la cuna del presidente que entregó las concesiones del petróleo colombiano a los yanquis y en la que el año pasado ganó el voto en blanco, gentes diversas se sientan a platicar de literatura, alrededor de una novela. Esta vez, se escuchaban voces en torno a lo real maravilloso, un término acuñado por Carpentier pero que ya, antes, era objeto de tratamiento por expresionistas alemanes y surrealistas, y sobre todo por el futurista Massimo Bontempelli. Ah, se refirieron al nacimiento del “realismo mágico”, que de ningún modo fue inventado por nuestro Nobel de Literatura, sino que ya era comidilla de poetas europeos a comienzos del siglo XX.

Los tertuliantes hablaron de El acoso, como una expresión de la lucha de intelectuales y el pueblo cubano contra la dictadura de Gerardo Machado, en los años treinta, en la cual Carpentier participó y fue encarcelado. También se refirieron a la arquitectura en la obra y alguien dijo que esa novela la debían leer en las facultades de arquitectura. Hubo referencias al monólogo interior, a la santería, a los orishas, al marxismo, a los métodos conspirativos como los utilizados para atacar a una figura del poder con un libro bomba…

Se habló de una novela con estructura de sonata, de lectura compleja, en la que Carpentier expresa su barroquismo y conocimiento de la cultura cubana y de otras. Se comentó sobre Estrella, la puta, y sobre un billete presuntamente falso, el del general con los ojos dormidos, y que es una suerte de leitmotiv en la obra. Esta vez, el acosado entró en una biblioteca, en la que hablaban de él, de Beethoven, de la “sublimación de lo elemental”, en medio de una música de palabras y de notas que en principio fueron en honor a Napoleón. Llovía en La Habana y en Bello, cuando dos tipos dispararon sobre una alfombra de un palco en sombras.

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