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El alcalde que se necesita

Eduardo Barajas Sandoval
13 de enero de 2015 - 02:39 a. m.

Suele suceder que a estas alturas del mandato, cuando les falta un año para irse, muchos alcaldes estén, ahora sí, familiarizados con los temas y los problemas de su ciudad.

Es posible que después del impacto atronador que en muchos casos les produce el enfrentarse súbitamente a la complejidad de los procesos urbanos, su mirada sea más realista y más objetiva. Ahora saben qué tan lejos están en realidad del logro de sus sueños. Por la vía de la experiencia se han enterado de la existencia de responsabilidades que antes no conocían. Su criterio político admite mejor las consideraciones técnicas. Saben para qué alcanza el presupuesto.

Tienen un poco más claro hasta dónde van los límites de su poder. Están en ánimo de rematar su tarea lo mejor que puedan. Pero sus días están contados y deben presidir los destinos de cada ciudad tras el telón de la campaña que se adelante para sucederlos. El ánimo ciudadano no los debe dejar sueltos. Tiene que vigilarlos mejor que nunca, pero también se debe ocupar de hacer cada vez mejor la tarea de escoger a quien reciba el mandato para que gobierne, no como quiera, sino como quieran los electores.

Cada ciudad tiene su talante, que es el resultado de la combinación de numerosos factores, de los cuales el alcalde es apenas uno, pero de la mayor importancia. Su papel puede ser tan significativo que si no tiene cosecha suficiente de iniciativas y capacidad verdadera para llevarlas a cabo, termina produciendo la resaca de la antipatía y la animadversión ciudadana, además del deterioro físico y, lo que es más grave, el quebranto anímico de la ciudad. Defectos fáciles de detectar porque en tratándose de los alcaldes es más factible percibir sus calidades y sus falencias, que están conectadas directamente con la cotidianidad de la vida de todos los habitantes de cada ciudad, desde los niños hasta los ancianos, voten o no voten.

Como el bienestar y a la larga el destino de los individuos y de las familias depende en semejante medida de quién gobierne cada ciudad o aldea, es preciso que desde muy temprano en el año electoral de alcaldes se produzca una profunda movilización política ciudadana. La agenda del siguiente período no puede ser la que establezcan los candidatos y sus asesores, sino la que se perfeccione a través de una campaña que no debe tener como protagonistas exclusivos a quienes aspiren a gobernar y a quienes tienen por oficio conseguir votos para ellos con argumentos peregrinos. Los electores deben concurrir a múltiples debates y hacer propuestas y exámenes rigurosos a quienes aspiren a las alcaldías.

Nuestra experiencia electoral, al servicio del propósito de convertirnos de verdad en una democracia consolidada, ya nos ha enseñado lo importante que es participar en la selección de alcaldes. Hemos aprendido cuáles son las consecuencias de elegir bien o mal. Unos u otros conocemos los problemas de cada rincón de cada ciudad y de cada vereda. Y esa sabiduría popular tiene que servir de algo. Participar en la discusión es hacer política bien hecha. Hay que hacerla antes de que otros la hagan en nuestro lugar.

En cada ciudad y aldea de Colombia se debería hacer desde ya mismo el ejercicio de discutir cuál es el tipo de alcalde que cada una necesita justo en este momento y en la perspectiva del futuro. Y luego hay que plantear las cosas para que la campaña no sea el desfile tradicional de candidatos hablando de lo que ellos quieren o de lo que ellos creen que hay que hacer en cada Municipio o en cada Distrito. Está bien que ellos traigan ideas, ni más faltaba, pero deben ponerlas a prueba a lo largo de la campaña frente a una ciudadanía interesada en su entorno inmediato, que conoce mejor que nadie.

Los electores deben aspirar a que haya candidatos que no lleguen a la Alcaldía a sorprenderse con las complejidades de los asuntos propios de la vida y del gobierno local. Que no se vayan a bautizar como administradores de lo público, a costa de todos, si jamás han administrado nada! Que tengan de una vez una mirada realista de sus posibilidades. Que conozcan el espectro amplio de sus responsabilidades, que no son solamente las que aparezcan en códigos y en catálogos formales que no tienen que ven con el alma de la gente. Que sean de una vez capaces de combinar sus consideraciones políticas con las de orden técnico. Que sepan de antemano para qué va a alcanzar el presupuesto. Que conozcan los límites de su poder y no se hagan ilusiones. Que tengan claro que el ánimo de la gente es uno de los ingredientes más importantes de la dicha o la infelicidad en el marco inmediato de la vida de cada quién, y que a ellos les corresponde velar porque ese ánimo esté siempre en alto, no sobre la base de la propaganda oficial, detestable como las peores, sino a partir de realidades palpables para todos.

 

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