El año que pasó

Andrés Hoyos
17 de diciembre de 2014 - 03:00 a. m.

Lucio Dalla, el gran cantautor italiano (1943-2012), escribió en 1978 una canción famosa: L’anno che verrà [“El año que vendrá”].

Se trata de una carta a un amigo innominado, llena de ironía, que por el camino va haciendo un tour de forçe alrededor de la paranoia de Italia en ese año fatídico, el de las Brigadas Rojas, el del aún no esclarecido asesinato de Aldo Moro. Dalla obviamente sabía que aquel no era el primer nadir italiano de la posguerra ni iba a ser el último. La vieja Bota puede estar llena de individuos sobresalientes como este gran poeta, pero no da pie con bola en lo colectivo, de no ser por el par de veces en que su selección nacional salió campeona mundial de fútbol.

Yo, sin embargo, no tengo el don de la clarividencia irónica, así que en esta última columna del año prefiero exprimir a mi manera lo sucedido a lo largo de casi doce meses en esta muy acontecida esquina noroccidental de la América del Sur. Ya que un punto destacado fueron los grandes triunfos de nuestros ciclistas –Nairo Quintana se alzó justamente con el Giro de Italia–, quizá se pueda recurrir a una metáfora de este deporte y decir que en la carrera mundial Colombia pedalea en la mitad del tercer pelotón. No estamos en la punta, obvio que no, y tampoco entre los inmediatos perseguidores. Estamos apenas en el tercer grupo, el de los mediocres. Cierto, nuestra vecina más notoria, Venezuela, iba “con lo justo” al fondo de ese mismo tercer pelotón, cuando le sobrevino una tremenda caída petrolera que más o menos la sacó de la carrera y la envió al hospital, un hospital en el que dicho sea de paso no hay ni gasa.

Comparada con el vecindario, la economía colombiana viene creciendo por encima del promedio y eso de algo vale, así el modelo extractivo actual no parezca ni sostenible ni deseable a mediano plazo.

Como se sabe, la elección presidencial habría podido resultar mucho peor. Pese a que Santos fue reelecto porque medio mundo se le unió para derrotar a Uribe y a su valido Zuluaga en la segunda vuelta, salió del proceso con una gobernabilidad maltrecha, que no le alcanza para emprender grandes transformaciones, hecha excepción del crucial proceso de paz. Este sigue su curso y uno sospecha que el impulso alcanza todavía para 2015. Más allá, Lucio Dalla nos sugeriría empezar a poner sacos de arena en las ventanas.

En abril murió Gabo y todos, incluyéndome, entramos en trance de ditirambo, contrastado con tal cual bemol para humanizar. Sin embargo, Gabo nunca fue un colombiano típico, ni siquiera una superestrella colombiana típica, de modo que allá seguirá casi intangible en su nicho personal, si no ajeno, no del todo propio.

En lo personal, hace exactamente un año yo enviaba mi lista de regalos al niño Dios. Cierto, era una lista ambiciosa, pero dado que no recibí ninguna respuesta negativa, presupuse que el chico iba a portarse a la altura. Pues bien, pasaron los meses y los regalos que yo más quería no llegaron. Sí, sí, tampoco puedo decir que haya pasado en blanco, pero no obtuve lo que deseaba. ¿Conviene entonces hacer esta vez una lista más moderada o más “realista”, como dicen algunos? No concuerdo, el día en que uno se resigne a pedalear en la mitad del tercer pelotón está jodido y mejor se baja de la bicicleta y se va a vivir a la isla desierta de la fábula. Así que ahí va mi lista, niño Dios: quiero una bicicleta de titanio... 

PS: esta columna reaparecerá el 7 de enero.

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