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El arranque

Ramiro Bejarano Guzmán
10 de agosto de 2014 - 03:00 a. m.

Que Santos no haya definido su gabinete antes del 7 de agosto y que haya tenido que posesionarse sin saber con quién va gobernar, ojalá no sea un mal presagio de lo que podría ocurrir en el cuatrienio que comienza.

Un gobierno que se inicia pero donde el presidente sigue siendo el mismo, necesitaba de entrada soltar la nómina completa de los ministros, porque sólo así se sabrá si el mandatario se sacudirá el amiguismo y la rosca elitista, o si, por el contrario, apenas se propone cambiar de cuadra o club social o sustituir unos momios vallunos por otros. Por lo pronto el nombramiento de Cristo en Interior es tan acertado como equivocadas las ratificaciones de Pinzón en Defensa y Cárdenas en Hacienda.

Nada nuevo trajo la posesión presidencial y ello desencanta un poco. Ni siquiera el discurso de Santos, porque aunque claramente se dejaron sentados los pilares de la paz, la equidad y la educación, y se anunció que el mandatario gobernará para quienes votaron por él y quienes no lo hicieron, lo cierto es que la intervención es casi calcada del discurso con el que Obama asumió su segundo mandato.

Si bien es cierto que paz, equidad y educación es una carta obvia de navegación, se echó de menos la justicia. Nadie esperaba que en el discurso de posesión quedaran definidas las bases de la inaplazable reforma a la justicia, pero habría sido tranquilizador que al menos se hubieran enviado señales de lo que se propone el Gobierno en este segundo tiempo. Mientras Francisco Javier Ricaurte y Pedro Munar, dueños del poder judicial y líderes del partido de los jueces, se pavonean en los actos protocolarios presididos por Santos, éste prefirió no dedicar una sola línea a su proyecto de justicia. Otra cosa estarían pensando los cínicos avivatos que se apoderaron de la justicia si Santos hubiese aprovechado la feliz oportunidad de inaugurar su segundo mandato para censurar sin ambages el clientelismo de magistrados con parientes y amigos en Procuraduría, Contraloría y Fiscalía, y la nefasta influencia que ello desencadena en los pleitos judiciales.

En cierto momento parecía que Santos estuviera tomando posesión en el Comité de los Juegos Olímpicos, por las populistas e innecesarias referencias a James Rodríguez y otros tantos deportistas. Eso le puso un tinte provinciano a una ceremonia solemne e impecablemente organizada, la cual, sin embargo, en algunos instantes llegó a parecerse más una diligencia en una inspección de Policía que a la toma de juramento de un jefe de Estado, por las ridículas y formalistas intervenciones del secretario y presidente del Congreso. A propósito de José David Name, francamente su idea de la reconciliación a partir de la evocación de la figura huracanada de Laureano Gómez y la recordación del Frente Nacional resultó sencillamente tan desacertada históricamente como inapropiada para la ocasión.

Pero en cambio fue grato y esperanzador ver posesionarse a Santos sin la mirada tutelar de Álvaro Uribe, como ocurrió hace cuatro años, cuando pretendió imponerle su personal agenda a su sucesor. Por la misma razón hay que decir que no hizo falta el exmandatario en la posesión, como tampoco ninguno de sus secuaces, quienes producen risa oficiando de escoltas del mesías y no como senadores. Qué tal Uribe protestando por un supuesto abuso de poder, él que los inventó y ejecutó a diestra y siniestra.

Hizo bien Santos en no mencionar en su discurso a Angelino Garzón, el aprendiz de vicepresidente que terminó convertido en alzafuelles del uribismo. Su cómoda postura de no hacer nada útil en el Gobierno y criticarlo desde adentro, todo para promover con arrogancia su candidatura a las alcaldías de Bogotá y Cali, confirmó el arribismo y oportunismo del exvicepresidente. Bien ido.

Adenda. A cuál Uribe le creemos. Al que hace ocho días votaba a favor de la proposición para que se autorizara en el Senado el debate al paramilitarismo o al que se salió de casillas cuando esta semana supo que sí habrá debate.

 

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