El ataque de Trump

Cartas de los lectores
10 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

El ataque de Trump

Desde su época de campaña, Donald Trump ha sido reiterativo en la necesidad de centrar los esfuerzos de su gobierno en asuntos de orden interno y paralelamente reducir o limitar los recursos destinados para misiones de apoyo internacional. Ese concepto aislacionista de las relaciones internacionales parecía erigirse como uno de los sellos inequívocos de su gobierno. Por eso la ofensiva en Siria no deja de ser llamativa.

¿Se tomó una decisión correcta al realizar ese bombardeo? No es fácil responder afirmativa o negativamente esa pregunta cuando existen tantos intereses en conflicto y de semejante envergadura. Lo que sí es indudable es que hay intereses que ceden sobre otros, y en esa ponderación debe prevalecer el interés más valioso, que es aquél que protege de manera más expedita y directa derechos fundamentales de mayor rango. Visto de otra manera: lo que se busca es la causación del menor mal posible.

El ataque químico perpetrado hace unos días en Siria fue la expresión del horror y la barbaridad de un régimen. Sólo ver las fotografías de los cuerpos de los niños, ensangrentados y con llagas, estremece. No se imagina uno cómo un gobierno puede ocasionar un sufrimiento de tal magnitud en su propia población. Más allá del conflicto civil que puede estar desarrollándose en un determinado territorio, hay límites que no pueden transgredirse. Esos límites están contenidos, preferentemente, en el Derecho Internacional Humanitario y las normas del Ius Cogens.

Es cierto que el bombardeo norteamericano a la base militar siria constituye una violación a la soberanía de ese Estado, principio rector de las relaciones internacionales, y máxime cuando no estuvo apoyada por una resolución del Consejo de Seguridad. Pero si tenemos en cuenta los efectos que se produjeron días atrás por la utilización del armamento químico, la ofensiva de Trump resulta coherente.

Como seres humanos sentimos indignación y repudio ante situaciones de evidente injusticia, y nuestra reacción natural es oponernos. En Siria hubo una vulneración masiva del derecho a la vida y la integridad personal de decenas de civiles sirios. En estos casos asumir una actitud pasiva es tanto como ser auténtico cómplice.

Con la ofensiva se les envía un mensaje, primero, a las víctimas y a la población siria en general: no están completamente desprotegidos, lo que pase con ellos está siendo rastreado y le importa a muchos. Segundo, al gobierno sirio: su actuar no puede ser irresponsable, pues recaerán consecuencias.

El emérito profesor John Rawls es enfático en que se debe respetar la autodeterminación de los pueblos si se quiere lograr la paz mundial, pero resalta que hay eventos donde ese principio debe exceptuarse. Uno de esos eventos es precisamente la intervención humanitaria. Y es lógico que así sea: tuvimos que padecer dos guerras mundiales para entender que, por encima de discursos políticos y sociales como el nacionalismo, el comunismo y el catolicismo, está la persona humana. Y nada ni nadie puede pisotearla.

José Eduardo Román Arredondo.

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