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El camino equivocado

Hernando Gómez Buendía
16 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

El Estado colombiano está tratando de ganar una carrera que no puede ganar.

Todas las noches, el presidente presenta algunas cifras para mostrar que nos está yendo menos mal que a otros países, y miembros de su equipo o autoridades locales se turnan para explicar lo mucho que sin duda están haciendo frente al coronavirus.

Se ha duplicado el número de ventiladores, se han triplicado las pruebas de laboratorio, se ha reservado dinero para la vacuna, se han socorrido más de 100.000 empresas, se han mantenido 3 millones de empleos, se han hecho transferencias monetarias a unos 15 millones de personas. Y por su parte los gobiernos locales gestionan el retorno a la normalidad con la que llaman “estrategia de acordeón”.

Todas esas acciones son necesarias y por supuesto ayudan a reducir la pérdida de vidas y el empobrecimiento que implican las cuarentenas. Pero no son, ni pueden ser, suficientes: el virus va ganando la carrera. No importa qué tan mal les vaya a otros países, ni qué tanto se puedan mejorar los programas antedichos, ni qué tan oportunas hayan sido aquí las cuarentenas, el virus tiene una lógica simple e implacable que desbordó la capacidad del Estado colombiano.

De hecho, desbordó la capacidad de casi todos los Estados, con excepción de aquellos que frenaron de inmediato la pandemia (Corea, Nueva Zelanda…). Pero una vez extendidos los contagios, los países industrializados tuvieron que cerrar su economía mientras aumentaban su capacidad de atender a los enfermos, tener exámenes suficientes para graduar la reapertura y conseguir el remedio o la vacuna. Esta es la ruta que con dificultad están siguiendo China, Europa o Estados Unidos.

Es la misma que Colombia trata de seguir, cuando aquellas tres metas no están a nuestro alcance.

A juzgar por los muestreos internacionales, Colombia podría tener unos 4,5 millones de contagiados (diez veces más que el número de dictaminados), y casi la mitad de los contagios en el mundo provienen de personas asintomáticas. Por eso no podemos ganar la carrera de las UCI: el DANE ya reporta 3.506 muertes adicionales a las registradas. No podemos tener algo así como las 150.000 pruebas diarias que Colombia necesita para el retorno realmente “gradual e inteligente” a la vida productiva. Y tardarán en llegarnos el remedio o la vacuna.

No tenemos tampoco los recursos de un país industrializado para atender los daños de las cuarentenas. Y ni siquiera invertimos en la misma proporción: las medidas monetarias en Colombia suman 3 % del PIB y el gobierno ha gastado un 6 % adicional, al paso que en Europa-Estados Unidos se habla de 15 % y hasta 20 %, respectivamente.

Por eso hay que cambiar la prioridad: los colombianos no estamos en manos de un Estado que ya fue desbordado, sino que estamos los unos en manos de los otros.

Esta es la lógica simple e implacable de una pandemia: el virus no se trasmite si las personas no lo trasmiten. En Estados Unidos, por ejemplo, habría entre 40.000 y 50.000 muertos menos de aquí a fin de año si el 95 % de la gente usara tapabocas en vez del 65 % que hoy lo hace.

Invito pues a las universidades a que estudien con encuestas por qué la gente no toma las medidas de higiene que son posibles sin cerrar la economía. Y a que apliquemos las ciencias sociales para lograr que más y más colombianos utilicen el simplísimo remedio que tenemos a la mano.

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

 

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