El camino largo

Gonzalo Silva Rivas
02 de julio de 2014 - 00:05 a. m.

La ley seca implantada en algunas ciudades del país, con motivo de los encuentros de Colombia en la Copa Mundo de Brasil, resulta una medida difícil para el sector turístico por los alcances económicos que conlleva. Las ventas de licores representan cerca del 25% de los ingresos de un establecimiento, y de ahí que en sus contabilidades, como en las arcas del Estado, quede marcado el batacazo por cada día de veda.

Frente a una sociedad tan difícil e intolerante como la nuestra, las autoridades acuden a la prohibición y la justifican soportándose en las cifras sobre los niveles de control a riñas, lesiones y accidentes de tránsito encadenados a las multitudinarias celebraciones. La ausencia de políticas públicas y de campañas de educación ciudadana convierte el castigo en la solución, y las consecuencias las pagan sectores sensibles de la economía.

Alrededor del turismo se mueven hoteles, restaurantes y bares que tienen en la venta de licores sus mayores fortalezas, como se espera de una industria en la que los viajes de negocios o de placer se asocian con el consumo de bebidas alcohólicas. De ahí que la prohibición acarree afectaciones de ingresos a los diversos sectores que giran alrededor de esta cadena productiva en la que concurren artistas, transportadores y un montón de etcéteras. Entre ellos, los empresarios que le madrugaron al Mundial, confiados en una temporada salvadora para recuperar inversiones en equipos de promoción y logística, adquiridos para ambientar lo que la histórica presentación del seleccionado colombiano en Brasil ha transformado en una multitudinaria fiesta nacional.

Para el Estado las pérdidas por concepto de tributos para salud y seguridad social son elevadas, y crecientes son los riesgos por la venta de licor de contrabando o adulterado.

El viajero extranjero recibe una mala señal al restringírsele un servicio que suponía viable utilizar dentro de su plan de viaje, y de alguna forma se le involucra en los problemas de orden público que irrumpen súbitamente en el destino. La veda abarca la intimidad misma de un hotel y, como lo dijera el presidente de Acodrés, Iván Bohorquez, no es usual para un turista acreditado la extraña experiencia de ponerle una gaseosa a la langosta.

Es absolutamente comprensible que la vida de un ser humano prime sobre los ingresos de cualquier empresario, pero también lo es que el Estado, desde el gobierno nacional, tome el camino largo de promover la educación pública y liderar estrategias pedagógicas disuasivas, que permitan transformar los patrones de comportamiento de una sociedad enferma y excluyente. La intolerancia, su rasgo más importante, no tiene límites. Embiste contra lo que tenga al frente. Incluso contra la misma industria de la paz.


gsilvarivas@gmail.comersiones
 

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